Opinión | Geopolítica

Dos posiciones irreconciliables, y Europa en medio

¿Qué hacen los dirigentes europeos? Insistir en que hay que seguir ayudando militarmente a Kiev, como si ello sirviera de algo más que para prolongar inútilmente la masacre

Un edificio de Járkov (Ucrania) dañado en un ataque de Rusia con drones, en una imagen de este sábado.

Un edificio de Járkov (Ucrania) dañado en un ataque de Rusia con drones, en una imagen de este sábado. / EFE

La decisión de los Estados Unidos de Donald Trump de abandonar su papel mediador para poner fin a la guerra de Ucrania coloca a los europeos ante un imposible desafío.

Las posiciones de Rusia y Ucrania son irreconciliables: cada país ve al otro como una «amenaza existencial» bien a su seguridad, como ocurre con el primero, y a la vez a su integridad territorial, en el caso de la invadida Ucrania.

El odio mutuo generado entre los dos pueblos en los más de tres años de guerra, sin contar la anterior guerra civil entre las fuerzas de Kiev y la minoría rusófona del Donbás, durará sin duda generaciones.

Trump subestimó desde el primer momento la dificultad de la tarea y sobrevaloró sus propias capacidades de negociador. Se fijó como objetivo resolver el conflicto en cien días hasta que, ante la evidente falta de avances en sus gestiones, arrojó la toalla.

Difícilmente podía en cualquier caso Washington atribuirse el papel de mediador por mucho que Trump se hubiera distanciado de la gestión de su predecesor demócrata: EEUU ha sido siempre parte principal del conflicto.

Y ninguno de los dos enviados especiales elegidos por Trump para intentar buscar una solución, el general Keith Kellogg y el empresario y amigo Steve Winkoff, carentes ambos de la necesaria experiencia diplomática, demostró estar a la altura.

Era, por otro lado, muy grande la oposición del complejo industrial militar estadounidense, así como la de los «halcones», tanto demócratas como republicano, a la paz en Ucrania.

A la rusofobia imperante en EEUU desde la época de la URSS se suma el suculento negocio de la guerra.

Así que una vez conseguido más o menos lo que a la vez pretendía, un «acuerdo» un tanto leonino para la explotación de los recursos naturales de Ucrania, incluidas sus tierras raras, Trump les deja el problema a los europeos.

No quería de ninguna manera cargar con la responsabilidad del eventual desastre ucraniano. No era ésa su guerra, sino la de Biden, decía una y otra vez.

Y ¿qué hacen los dirigentes europeos? Insistir en que hay que seguir ayudando militarmente a Kiev, como si ello sirviera de algo más que para prolongar inútilmente la masacre, y llamar al mismo tiempo al rearme acelerado del continente frente a la «amenaza rusa».

Esos gobernantes a los que el propio vicepresidente J.D. Vance, acusaba cínicamente hace poco de haberse convertido en «vasallos permanentes» de EEUU en materia de seguridad, algo que, según dijo, no era bueno.

Mientras tanto, si no se llega a ningún tipo de acuerdo diplomático y Europa se empeña frente a Moscú en la vía del boicot (ahora también al gas ruso) y de las armas, el potencial de conflictos no dejará de crecer: en el Ártico, en el Báltico, en torno al exclave ruso de Kaliningrado, en Moldavia, en el Mar Negro.

Y el kit de supervivencia recomendado por Bruselas no servirá eventualmente de nada.

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