Opinión | Análisis

La realidad de Sánchez

El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados el pasado 7 de mayo.

El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados el pasado 7 de mayo. / José Luis Roca

Volvió el caos al AVE, los cuadros médicos de Muface no se saben y aunque la luz no se ha ido, la resolución del caso está en las manos del equipo incapaz de evitarlo. Y el lunes un nuevo escándalo con la filtración de los guasaps de Pedro y José Luis, que Oscar López ha intentado equiparar con la del fiscal general, Ábalos dice que él no ha sido y van a dar mucho temita para regocijo de tertulianos y trabajo ímprobo de pedristas, periodistas o políticos empeñados en matar al mensajero, el bulo, la campaña contra el líder, el acoso mediático y otras variopintas zarandajas, aunque no sé por qué se revuelven tanto si están cero preocupados.

El deterioro de la imagen de Sánchez, sobre todo tras su huida en Paiporta, a muchos se les antoja imparable, y una imagina que a él, a tenor de cómo se expresaba el hombre sobre sus barones y baronesa ya le tiene que resultar insoportable. Pues, si ha quedado demostrado que quería a Ábalos, le mandaba todo lo que él no quería hacer y le añoraba mucho después de echarle, y ama a su mujer, también es notorio que se ama muchísimo más a sí mismo. Así que me puedo montar una perfecta película de lo que diría el cuitado cuando su escolta se lo llevó y el rey y la reina se quedaron. Todo lo que imaginemos es lícito imaginar sobre el que acuñó expresiones tan poéticas como jodida, impresentable, petardo –mi preferida–, hipócrita, ombligo y demás perlas a sus presidentes.

Se puede entender que fuera un desahogo, imprudente, pero desahogo, lo que demuestra la verdadera dimensión de su confianza y cercanía con un ex ministro que hoy está imputado por lo que el presidente en 2023 todavía consideraba infundios. Y eso es lo gravísimo. Esos guasaps soeces y autócratas –«Llámale, dile que…» (llámale tú, no te fastidia, dan ganas de contestar), «que no toque los cojones, y luego bien que querrá que le demos del Presupuesto»– y demás improperios solo prueban que detrás de la imagen deteriorada y desprestigiada de un hombre débil que no sabe controlarse hay precisamente eso. Qué desgracia.

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