Opinión | Sol y sombra

Mendoza

Premio Princesa de Asturias a Eduardo Mendoza.

Premio Princesa de Asturias a Eduardo Mendoza. / JORDI OTIX

Puesto que la vida dicen es el tiempo que tardamos en diluirnos en la nada, lleva razón ese maravilloso novelista octogenario llamado Eduardo Mendoza cuando expresa su deseo de que en Cataluña haya concordia, buena voluntad, corridas de toros, vino, juerga y fútbol. Teniendo cuidado con el fútbol, un factor de tensión entre visigodos de pata corta y fenicios de vía estrecha. Mendoza ha escrito a lo largo de su vida unas cuantas novelas que nos han hecho sonreír, pensar y conmovernos; es justo y muy merecido, por tanto, el Premio Princesa de Asturias de las Letras que acaba de recibir. Encontrar media docena, al menos, de historias legibles en la bibliografía de cualquier autor resulta difícil hoy en día en que tanto se publica y de tan escasa calidad.

Mendoza ha sabido hacerlo en sus novelas desde el momento en que se las ingenió para darle al género humorístico una vuelta de campana con El misterio de la cripta embrujada. Antes ya había demostrado ser un enorme narrador con La verdad del Caso Savolta, aquel fresco inolvidable de los años de plomo en la Barcelona de 1917 a 1919, un tiempo convulso de una ciudad capaz de explicar por sí solo la necesidad imperiosa de convivir de manera civilizada. Para ello lo primero que hay que hacer es aceptar al otro, al que no piensa de la misma manera que uno pero tiene todo el derecho a expresarse sin ser increpado ni cuestionado de forma violenta. Aprender a convivir es uno de los primeros ejercicios de la vida que se diluye a veces de modo tan rápido que ni nos damos cuenta. La primera lección, hace bien Mendoza en reclamarla.

Tracking Pixel Contents