Opinión | El recorte

Jorge Bethencourt

Lo imposible es improbable

José Luis Ábalos y Pedro Sánchez, en febrero de 2020.

José Luis Ábalos y Pedro Sánchez, en febrero de 2020. / DAVID CASTRO

En medio de la última DANA mediática de los mensajes con Ábalos, el presidente Sánchez ha convocado una reunión de presidentes autonómicos para comienzos de junio. No hay agenda de temas a tratar pero todo el mundo da por hecho que se hablará de dos asuntos políticamente explosivos: la modificación del Sistema de Financiación Autonómica (SFA) y la asunción por el Estado de unos 82.000 millones de deuda de las Comunidades Autónomas.

Tras los pomposos nombres de estos dos asuntos, por el fondo asoma Cataluña. En un país donde no se pueden aprobar los Presupuestos Generales del Estado, hablar de modificar el SFA da risa. Pero Sánchez tiene promesas que cumplir con sus socios catalanes. Lo que pasa es que no puede. Cataluña quiere un cupo fiscal, similar al vasco. O sea, convertirse en una anomalía y conseguir la independencia fiscal. Y esa es una pastilla que no se van a tragar ni siquiera las propias comunidades socialistas que en este asunto ya le han enseñado los dientes a Moncloa.

La única manera plausible de conceder a los independentistas catalanes la soberanía fiscal es el café para todos. O sea, transformar el Estado de las Autonomías de 1978 en una federación de países fiscalmente independientes. Y eso es tanto como demoler el sistema de solidaridad entre territorios que consagra la Constitución. No se trata de un asunto de maquillaje, es una complicada operación de cambio de sexo.

El segundo tema es una derivada del primero. Imaginen que un grupo de amigos que tiene un club de envite va generando una deuda con el restaurante donde celebran partidas. Cada uno tiene por pagar una serie de cuantías diferentes, en función de las consumiciones que ha realizado. Entonces, el presidente del club les propone que todos los socios paguen una cuota, con la que se asumirá colectivamente parte de la deuda total, porque el dueño del restaurante está mosqueándose. Hasta ahí estupendo. Pero ocurre que uno de los miembros del grupo anuncia que se va a marchar. De inmediato el resto de los miembros le dirán que estupendo, pero que antes de irse pague toda su deuda porque si no le va a dejar el pufo a todos los demás.

Salvando las evidentes distancias, es lo que ocurre con Cataluña. Le quiere endosar 16.000 millones de deuda a todos los españoles. Los catalanes, en cuanto ciudadanos del Estado, también pagarían solidariamente esa deuda común, junto a la de todos los demás. Pero de conseguir la independencia fiscal, Cataluña se saldría del club común, con lo que le encasquetaría su pufo al resto de los contribuyentes.

Lo más apasionante de todo esto será ver torear a ese morlaco a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que tiene que intentar meter ese doloroso supositorio al mismo tiempo que se postula como candidata socialista a presidir la Junta de Andalucía. Que es como hacer La Giralda con palillos de dientes. Los compromisos políticos con los independentistas catalanes, que hicieron presidentes a Sánchez y a Illa, se están convirtiendo en una piedra en el cogote del Gobierno que amenaza con arrastrarle a situaciones estrambóticas y altamente inflamables. Esta vez, para variar, también con los suyos.

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