Opinión | El recorte
Víctimas digitales

El phishing consiste en el envío de un correo electrónico por parte de un ciberdelincuente a un usuario simulando ser una entidad legítima. / PI
El Tribunal Supremo ha tomado una decisión que favorece a las víctimas de estafas bancarias. Una sentencia advierte a los bancos de que si un usuario pierde sus ahorros mediante phishing (sustracción de datos a través de engaños) y no hay pruebas de que sea su culpa, será la entidad la que tendrá que hacerse cargo del dinero robado.
De entrada la medida parece acertada. Pero la mala noticia es que los bancos, seguramente, endurecerán aún más la seguridad de las operaciones. En la actualidad para hacer una transferencia electrónica de tu dinero tienes que acreditarte con una clave, un código que mandan a tu móvil, una tarjeta de números aleatorios, una partida de nacimiento y un acta de bautismo. No te lo ponen más difícil porque no pueden. Aunque después de la sentencia del Supremo seguramente sí podrán.
Desde hace años, los gobiernos se han convertido en los principales aliados de la banca. Primero les entregaron las antiguas y quebradas cajas de ahorros, limpias de polvos y de pajas y atadas con un lacito de cien mil millones para tapar sus agujeros. Pero además, y más importante, empezaron una guerra abierta contra el efectivo que a la banca le ha venido de maravilla.
Ahora mismo tu dinero son apuntes contables en los ordenadores del banco. Sacar dinero en efectivo, cuando pasas de cierta cantidad, se ha convertido en una odisea. El banco quiere que pagues con la tarjeta o que hagas una transferencia por la que, aún haciéndola tú mismo, te va a cobrar una comisión. Hacienda hace pinza con ellos, amenazando con inspecciones a los ciudadanos que retiren más de mil euros y prohibiendo las compras en efectivo cuando se supere esa cantidad. ¿A cuenta de qué nos prohiben usar nuestro dinero legítimo como nos dé la gana? Pues a cuenta del control.
Todos los ciudadanos vienen a estar obligados hoy a tener al menos una cuenta bancaria. Y al menos una tarjeta de crédito o débito. Y las normas, como los perros pastores con las manadas de ovejas, nos van conduciendo mansamente hasta el corral del Fisco. A la banca le viene de maravilla disponer de nuestro dinero, por el que ya no nos pagan sino que nos cobran comisiones de «mantenimiento» (como en los talleres de coches) y como se han cargado a la mitad más uno de los seres humanos que nos atendían ya solo podemos relacionarnos con los cajeros automáticos. Mañana, si Dios quiere y si no también, nos atenderá una IA.
Acabar con el dinero en efectivo es liquidar nuestra libertad: entregar al Estado el control absoluto de nuestras vidas, a través de la huella digital. Los bancos centrales, la banca privada y los gobiernos europeos son cómplices y colaboradores necesarios en ese liberticidio. Pero para construirlo han lanzado a millones de personas a una piscina sin saber nadar.
Hay gente mayor, que se maneja a duras penas en este nuevo mundo digital, que están obligadas a manejar herramientas que no controlan. Son carne fresca para una moderna generación de ciberdelincuentes que cada día inventan nuevas formas de robar datos de la gente haciéndose pasar por un organismo oficial, una empresa o el propio banco. Y nadie es capaz de garantizar su seguridad
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