Opinión | Retiro lo escrito

José Mújica

Muere el expresidente de Uruguay José Mujica

Muere el expresidente de Uruguay José Mujica

Si uno pudiera sintetizar todas las sentidas patujadas que ha escuchado por la muerte de José Múgica al borde de los noventa años saldría algo así: “su vida personal fue, en realmente, su mensaje político más poderoso”. Me parece que aquí hay un malentendido. Suele ocurrir con los hombres y mujeres famosos, admirados, idolatrados: los convierten en una caricatura que termina suplantando al original. La fascinación por la humildad material de un (fugaz) poderoso confunde a millones de personas. Un presidente que vive en una modestísima chacra con su mujer y una perra con tres patas. Un jefe de Estado en cholas que dona el 90% de su sueldo. Como le ocurría al propio Mújica, me cuesta imaginar lo que de admirable encuentran tantos en esta circunstancia. No, lo admirable de José Mújica no son sus camisas sin planchar y sus sillas de metacrilato, sino una experiencia política personal que transformó en estrategia nacional para estabilizar democrática un país y cohesionar su sociedad. Una ascesis cívica que atravesó todas las ilusas idioteces del guevarismo revolucionario, se elevó sobre ellas y vino a descubrir que la democracia representativa era el marco conceptual y político más tolerable para hacer a única política posible: la política reformista. Después de las brutalidades de la prisión, después de la humillación y de la tortura, después de los compañeros asesinados y de masticar el odio como quien mastica su propia entraña, la mayoría pediría venganza. Mújica no lo hizo. Mújica se puso a hacer política para romper el ya obsoleto bipartidismo del Uruguay y agrupar toda la izquierda en un frente amplio con un programa identificable con la socialdemocracia. Es el caso excepcional de un hombre que derrotó a los crueles horrores de la dictadura y descartó las sangrientas idioteces de la revolución. Y esa es su grandeza. Mandela tampoco quiso venganza. A los que se escandalizaron porque durante sus cinco años al timón Mandela no promovió grandes cambios en Sudáfrica cabe decirles que consiguió un milagro: impidió una guerra civil que hubiera costado cientos de miles de muertos deslegitimando dentro y fuera del país a la nueva república. Solamente eso. Nada más que eso.

El gobierno de Mújica aprobó el autocultivo y la venta de marihuana en farmacias, legisló el matrimonio homosexual y despenalizó el aborto. Asimismo impulso programas sociales para amplias mayorías. Algunos se consolidaron y otros no. Sus dos primeros años conservó e incluso aumentó su respaldo ciudadano. Después se produjo cierta decepción, precisamente, cuando la economía uruguaya recibió inversiones públicas --y sobre todo privadas – importantes, con estímulos fiscales del gobierno del Frente Amplio. Su vicepresidente, Danilo Astori, después ministro de Economía con el presidente Tabaré Vázquez, era un obseso de los equilibrios presupuestarios. Mujiquistas y astoristas se enfrentaban en las sombras de palacio presidencial, y solían perder los primeros, porque Mújica no lideraba el Frente Amplio ni controlaba a todos sus diputados. Su popularidad era muy baja cuando acabó su mandato en 2015: sueldos estancados, inflación poco controlable, servicios públicos ineficientes, promesas incumplidas. Y, sin embargo la izquierda volvió a ganar las elecciones.

Recuerdo los comentarios de Mújica sobre sus compañeros, los líderes de la izquierda latinoamericana, que siempre circularon entre el sarcasmo, la compasión y la discreción silenciosa, con la excepción de Lula, al que admiraba. Aun así intentó levarse bien con todos, especialmente con los argentinos, por más que pueda sospecharse que no soportaba a los Kirchner. Hugo Chávez, un enloquecido, Rafael Correa, un pedante, los Castro, un lastre para cualquier progresismo republicano en el continente. Generalmente se calló. Sospecho que le producían melancolía, y a veces algo de exasperación. Dos sentimientos que rechazaba, como cualquier persona decente.

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