Opinión | El recorte

Los mensajes

Esta sociedad del espectáculo se ha convertido en un Gran Hermano que disfruta husmeando en las vidas ajenas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en el Congreso el pasado miércoles para informar sobre el apagón y el plan de defensa.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en el Congreso el pasado miércoles para informar sobre el apagón y el plan de defensa. / José Luis Roca

Alberto Núñez, más conocido como Feijóo, nunca diría que Consuelo Álvarez de Toledo es una «pájara» que duerme con el uniforme puesto. No lo haría, básicamente, por cagalera. No vaya a ser que un día se sepa y lo pongan de machista para arriba hasta el copete. Pero eso a Pedro Sánchez Pérez, también Castejón, que tiene rima, se la trae floja. Porque si eres progre y de izquierdas puedes decir lo que te dé la gana.

Por eso se pegó el golpazo de escribirle a Ábalos, en mensaje privado que ya no lo es, que Margarita Robles, ministra de Defensa, es una pájara que duerme con el traje camuflaje de los militares. Y ahí queda eso. A la altura de la «monja alférez» que decía burlonamente la oposición de la popular Loyola de Palacio. O de los crueles chistes que se montaron sobre la supuesta torpeza mental de Esperanza Aguirre.

En Moncloa se está leyendo con alarma el serial de mensajes entre Sánchez y Ábalos que se está publicando «por fascículos». Una gota de veneno al día. Porque si se dispone de acceso a todos los mensajes que tenía el ex secretario general del PSOE en su teléfono móvil, alguno estará sudando tinta china.

De momento nada de lo que ha salido es más que lo que es: una conversación coloquial entre dos amigos que trabajan juntos. Y aunque resulta repugnante que en este país ya no exista la privacidad ni nadie que la defienda, es inevitable partirse de la risa con las opiniones «íntimas» que se cruzan entre el presidente y su segundo. Por ejemplo, que Sánchez diga de Pablo Iglesias que es un «maltratador» y un «cuñadísimo». Va a ser verdad aquello de que no podía dormir tranquilo teniéndolo al lado, aunque luego, por exigencias del guión y la necesidad, hiciera las dos cosas.

Y dice mucho de Sánchez, y bien, que con Ábalos ya cesado, antes de entrar en la trituradora judicial y que se desvelase todo el pastel de amigas enchufadas y empresarios enchufables, el presidente que le cesó le dijera. «La verdad es que he echado de menos muchas veces trabajar contigo. Siempre he valorado mucho tu criterio político. También tu amistad. En fin. Te mando un abrazo». ¡Qué hermoso! ¡Qué tierno! El que te cortó la cabeza y te sacó las tripas políticas, sin dar ni una sola explicación pública, te confiesa íntimamente que te echa de menos. ¡Qué quieren que les diga! Los sentimientos engrandecen a las personas de la misma forma que las cáscaras engordan a los cochinos.

Esta insólita ventana al mundo de la intimidad del que fuera mano derecha de Sánchez es de una brutalidad espeluznante. No por lo que se dice, sino por lo que violenta. Ninguna conversación privada en una red social resiste su exhibición pública. Porque lo que decimos en privado y las burlas que se hacen adquieren otra dimensión distinta cuando se publican.

Esta sociedad del espectáculo se ha convertido en un Gran Hermano que disfruta husmeando en las vidas ajenas. Para tener seguidores en las redes sociales el precio es enseñar tu vida privada. Así es España, donde una foto de Jessica en lencería fina importa más que mil discursos. El culebrón de los mensajes de Ábalos va a seguir. Y es posible que lo mejor aún no haya salido.

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