Opinión | Risas y fiestas

Miedos importantes

Miedos importantes

Miedos importantes / El Día

A veces nos aferramos al miedo. Lo recuerdo en la infancia: miedo al bicho de debajo de la cama que no me va a hacer nada si me duermo de lado mirando hacia la derecha porque entonces puedo vigilar que no salga y no saldrá. Miedo a esa película que vi sin querer de refilón mientras supuestamente jugaba por ahí cerca y nadie pensó que me aterraría pero ahora me persigue de noche también. También recuerdo, o reconozco ahora desde el futuro, que temblar por esas cosas me ayudaba a no ser consciente de todo lo aterrador que tenía cerca: problemas familiares o sociales o violencias en el colegio o en el pueblo o cualquiera de esas cuestiones que se me revelan de vez en cuando y me asustan con su presencia arrasadora y su escondite también arrasador. Pienso en las niñas de la novela Han cantado bingo de Lana Corujo, temiendo a un volcán y a los muertos y de pronto la tragedia es provocada por personas vivas y aparentemente normales.

Ese «temo muy fuerte algo que me despiste de todo lo que debería estar temiendo muy fuerte» no lo vivimos solo de niñes, por supuesto, y creo que, al menos para mí, explica muchísimas cosas de la vida adulta: que de repente te empiece a asustar tener muy cerca a alguien y un día pum te das cuenta de que en realidad lo que te hace cagarte viva es que se aleje de ti. Mantenerla en ese espacio intermedio de te acercas y yo no te dejo hace que no tengas que saber qué pasaría si la dejaras pasar: ¿dejaría de acercarse? Qué miedo. Entonces, qué miedo lo otro en vez de esto, lo otro que es más manejable y no me revela las construcciones secretas que tengo dentro y solo puedo reconocer de vez en cuando en alguna emoción verdadera. Es decir, a lo mejor tener miedo a las palomas no me muestra nada sobre mí, pero tener miedo a la muerte de mis seres queridos sí.

¿Hay cosas, entonces, más cómodas de temer? Supongo que depende de para quién. Pero quizá sí que es cómodo temer lo que en realidad no va a pasarte. Y dejar que los puntitos negros de miedo que nublan la vista sin que pueda pararlos estén bajo ese techito y ya está, sin nada que perder. Por eso, supongo, nos gustan las historias de terror, y por eso, supongo, me concentré tanto, al leer Blackwater de Michael McDowell, en la sensación que me generaban los aspectos terroríficos de la saga y no en los reconocimientos fugaces de cualquier familia en esa familia tan cruel en la que se profundiza con una precisión que uf. La cosa es: el miedo está ahí, no puede evitarse, y el cuerpo lo siente incluso aunque no le hagamos caso. Pero la mirada podemos ponerla donde más nos convenga. Y un miedo sobrenatural lo puedo resolver con un: eso no existe no existe no existe. O un: jamás me va a pasar eso a mí, estoy aquí tan segura, qué bien que en mi mundo perfecto no existen esas auténticas burradas.

Creo que no es ningún disparate decir que ahora mismo todes tenemos miedo. Están pasando muchísimas cosas terribles. Hace unos meses, di en el TEA un taller de autoficción colectiva (es decir, intentamos escribir entre todes una novela con elementos autobiográficos de cada une), y el tema que nos unió, lo común que se nos repetía en la cabeza y nos hizo asentir y ponernos de acuerdo, fue la pesadilla de un colapso en las islas. Un miedo real que nos movió, que afrontamos escribiendo y hablándolo un poco. Ese espacio físico en el que nos sentimos un poquito dispuestes a confesar los miedos verdaderos me hace pensar, en contraste, en la desinformación del espacio virtual. Todo el rato bulos, noticias alarmistas, imposturas e irrelevancias, y al final tenemos tan pocas ganas de informarnos sobre lo que de verdad es importante. ¿Pocas ganas o facilidades para la evasión miedosa? ¿Para asustarnos porque el kéfir de tal o cual supermercado no es 100% real? ¿Para creernos ese vídeo hecho con IA y pegarnos seis días pensando en él?

La evasión miedosa nos hace sentir que nunca jamás nos va a pasar nada. Y eso es lo que deseamos: que nunca jamás nos pase nada. Cómo no. Que, aunque a les otres sí, a nosotres no. Sin embargo, claro, afrontar los miedos tiene una función: poder prevenirnos y cuidarnos, hacer algo al respecto, no ver la boca abierta de la serpiente solo cuando ya te está comiendo. Da miedo pensar de verdad en el miedo, pero más miedo da dejarnos disuadir y, por lo tanto, destrozar. Más miedo da que nos nieguen nuestro miedo que más nos importa. Más miedo da no mirar eso que no queremos mirar porque no queremos perderlo. n

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