Opinión | A babor
La ecotasa de Schrödinger

La ecotasa es poco útil para limitar la llegada de visitantes a las islas durante la temporada alta. / B. Ramon
Hasta anteayer, Coalición Canaria consideraba la ecotasa poco menos que un acto de sabotaje económico. Un ataque directo al turista, esa vaca sagrada que sostiene –incansable al desaliento– nuestra frágil prosperidad. Ahora, de repente, Coalición plantea introducir la tasa en Tenerife... La ecotasa –nos dicen- servirá para distribuir la riqueza que genera el turismo. ¿Distribuir? Las tasas no son impuestos, no redistribuyen nada. La ecotasa —si es que llega a materializarse alguna vez, en esta tierra de promesas políticas que vencen a los noventa días de las elecciones— tendrá que destinarse a mejorar los servicios que se prestan al turista. No veo yo cómo recaudar cien millones de euros —por citar una cifra— va a cambiar la estructura tercermundista de nuestro reparto de la riqueza. A lo más que se puede aspirar es a que el Cabildo disponga de un recurso propio para mejorar las infraestructuras del turismo. Pretender otra cosa es puro pensamiento mágico. Como plantear la creación por el Cabildo de un impuesto. Porque un cabildo insular, como entidad local, puede aplicar tasas, pero no crear impuestos. En España, la creación de tributos está sujeta al principio de reserva de ley, lo que significa que sólo pueden establecerse mediante una norma con rango de ley aprobada por el Parlamento nacional o los parlamentos regionales. Se trata de un principio respaldado por la Constitución y confirmado por el Tribunal Constitucional.
Lo de convertir la ecotasa en un impuesto de pernoctación –como ha sido definido ayer por la presidenta Rosa Dávila- más parece una bonita metáfora para alegrar un congreso insular en el que todo está cantado. Quizá sirva para hacer creer a los afiliados que Coalición pone por fin al de aquí por delante del guiri. Pero no es constitucional y por tanto no puede hacerse. Por eso, lo que ahora se plantea es que sea el Parlamento quien cree un nuevo impuesto, que podría ser regional. Tres ajustes a la idea original en tres días: esta es la ecotasa de Schrödinger: existe y no existe, es del Cabildo y es del Parlamento, todo al mismo tiempo. Puede ser un cadáver de gato o un gato agazapado dentro de una caja, dispuesto a sacarte un ojo de un zarpazo.
Sorprendente resultan estos giros de la presidenta del Cabildo, que apadrina la propuesta de implantar la tasa que no es tasa en el ágape coalicionero de este fin de semana. El asunto se tratará hoy en el congreso del partido, ese lugar donde nada que no sea el reparto de cargos se toma realmente en serio. Un Congreso partidario es un espacio ideal para parecer audaz sin incomodar mucho, y si además la propuesta coincide con marchas y protestas ciudadanas, y con pancartas contra la turistificación, pues mejor que mejor. Así se puede decir que se escucha la voz de la calle, que es justo lo que ha afirmado el número dos del partido, Francisco Linares. En singular, además: la voz. Una sola voz. Nítida. Uniforme. La voz de la isla. Que parece ser la de esas decenas de miles de personas que se manifestaron pidiendo cambiar el modelo turístico.
En fin: los anuncios de Dávila nos demuestran es que el debate sobre el modelo turístico está cambiando el decorado político. Hoy toca posar con aire de sostenibilidad, decir que estamos "revisando el modelo" y pronunciar la palabra mágica: ecotasa. Aquí se gobierna a base de encuestas, y la última de Perfiles dice que tres de cada cuatro tinerfeños son partidarios de crujir (aunque sólo sea un poco) al turista. Luego ya se verá: así funciona el nuevo progresismo con corbata. No mojarse mucho, pero usar perfume con esencia de eucalipto. ¿Y los ciudadanos? Bien, gracias. Alguno quizá sospeche que esto es un McGuffin electoral, que no pasará de declaración, y que responde más a globo sonda que a una apuesta política real.
Porque si algo define esta ecotasa anunciada, es su condición gaseosa: está en el aire, pero nadie puede tocarla. Es una especie de placebo político, una declaración útil para simular que se hace algo sin necesidad de hacer realmente nada. Aunque todo eso da un poco igual, ¿verdad? Lo importante era el gesto, y ese ya está hecho. La presidenta demuestra que está en la onda, que escucha a la calle, que no es ajena a la percepción general de malestar. Rosa Dávila puede ponerse ya la chapa verde, sin despeinarse. Solo hay un pequeño problema: Dávila es presidenta gracias a un pacto con el Partido Popular, que sigue oponiéndose con fervor a cualquier formato de tasa o impuesto turístico. La persona que ahora quiere abrir este melón gobierna con quienes prefieren mantenerlo en formol. Una pequeña contradicción que no afecta a las buenas intenciones: la política canaria hace tiempo que dejó de escandalizarse por estas cosas. Por cierto: Clavijo ha dicho que “respeta” la decisión de Dávila. No es que eso comprometa mucho, pero él asunto es si ese respeto le llevara a proponer -o no- la creación de un impuesto turístico en el Parlamento. Sería interesante saberlo.
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