Opinión | El espíritu de las leyes

Ramón Punset

Lo imprevisible

Donald Trump arremete contra el medio ambiente

Donald Trump arremete contra el medio ambiente / cnn

La lucha evolutiva emprendida por todos los seres vivos siempre se ha fijado como meta controlar la imprevisibilidad, primero en el dominio de la naturaleza y después como objeto principal de las ciencias sociales. El Derecho es, ante todo, más que un proyecto de organización del monopolio de la fuerza, una ciencia predictiva de la conducta de todos los creadores de normas, tanto públicos como privados. La justificada obsesión por la seguridad jurídica, que explica también su propia consagración en el texto constitucional (art. 9.3), es un reflejo de nuestra frágil condición humana, cercados como estamos por poderes con vocación de absolutos, imprevisibles e incontrolables.

En un mundo que se halla en desorden, y en ocasiones muy cercano al caos, los ciudadanos se ven asediados por los demagogos que ofrecen seguridad total: de fronteras, de pandemias, de erradicación de los flujos migratorios, de unidad del sano pensamiento político, basado en una comunidad de valores pretendidamente imperecederos e inherentes a la genuina condición nacional. ¡Como si la utópica seguridad plena pudiera alcanzarse mediante el recorte o incluso la ablación completa de las libertades características del Estado democrático de Derecho! Las dictaduras, y con ellas el llamado régimen iliberal, son los máximos exponentes de la inseguridad: su comportamiento resulta impredecible, sujeto a los continuos cambios de humor del líder supremo, a quien la soledad que genera el miedo de los súbditos convierte en un personaje delirante.

Donald Trump, un gobernante frívolo y cruel, es igualmente imprevisible. Ciertamente, todas sus medidas eran bien conocidas antes de su acceso al poder: aranceles estratosféricos y caza inhumana del inmigrante, sin respeto, de un lado, por los tratados comerciales y, de otro, por el más elemental imperio de la ley y la dignidad de cada persona. Pero juega a modular la presión, si llega el caso. La situación americana puede empeorar, no obstante, hasta extremos increíbles, como la reciente detención de una juez por el FBI acusada de ayudar supuestamente a un inmigrante mexicano a sustraerse a la acción de los agentes federales. Es la primera vez que se produce un caso semejante en toda la historia de los Estados Unidos. En realidad, esto equivale a sostener que únicamente el Gobierno «proteg» el Derecho (como sostenía el hobbesiano jurista Carl Schmitt del Führer Adolf Hitler), y no los tribunales de justicia.

El reciente apagón eléctrico extendido en España y Portugal constituye una situación límite de inseguridad para todos los ciudadanos, que están aprovechando los partidos extragubernamentales haciendo descalificaciones tan sumarias como prematuras de la actuación del Ejecutivo. Por supuesto, se trata de un buen asunto para una comisión parlamentaria de investigación, si tal instrumento de control parlamentario no estuviera en manos de diputados histéricos y hambrientos de escándalo. Ahora bien, no seamos ingenuos: en un mundo tan tecnificado estos fallos en cadena son parte del riesgo asumido conscientemente por toda la ciudadanía de la sociedad del bienestar. «Riesgo» no es, desde luego, equivalente a «destino», sino a «azar» en mayor o menor medida. Si no aceptáramos el azar de ninguna manera, no podríamos viajar en avión (y hay personas que adolecen de esa fobia). ¿Qué falló en la dana levantina? Entre otras cosas la dejadez del Gobierno de la Generalitat en la debida información a la población con la antelación suficiente para evacuar los lugares más peligrosos. Solo con eso se hubieran evitado más de dos centenares de muertes.

¿Qué falló en el gran apagón? Todavía no lo sabemos. Lo primero que se nos vino a la cabeza, dado el contexto geopolítico en el que nos hallamos, fue un ciberataque. Aún no se puede descartar. Sin embargo, lo importante es que, como nos ocurre en todos los demás aspectos de nuestra paupérrima vida institucional, nos falta sentido de la responsabilidad y nos sobra encarnizamiento partidista. La verdad es que cada vez más el español de a pie no manipulable sufre de irrefrenables náuseas ante el cotidiano y sórdido espectáculo de los debates partidarios que se escupen a sí mismos los representantes de la soberanía nacional. ¡Qué falta tan lamentable de sentido del interés público!

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