Opinión | El recorte
En Cónclave de ja

Los cardenales caminan en procesión hacia la Capilla Sixtina, en el Vaticano, al comienzo del cónclave. / 'Osservatore Romano | AP
Mostrando una patológica incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos, la Iglesia Católica empieza hoy el Cónclave en el que habrá de elegir a un nuevo jefe de filas, el Papa, con un enorme despliegue que garantiza el aislamiento del lugar de la reunión, la Capilla Sixtina, de cualquier sistema de comunicación con el exterior. ¡Qué grave error!
El Vaticano desperdicia así la posibilidad de explotar un producto que sin duda pondría a la Iglesia en los altares mediáticos. No hace falta demasiada imaginación para calcular las audiencias millonarias que tendría una retransmisión en vivo y en riguroso directo de los debates e intervenciones de los cardenales para orientar la votación en favor de algunos de los candidatos.
Al lado del Cónclave, la Isla de las Tentaciones o Supervivientes tendrían una audiencia ridícula. Los cardenales podrían afrontar pruebas divertidas, como por ejemplo comprobar quién es capaz de convertir más agua en vino o contestar a un pasapalabra sobre brujas, herejías y papas envenenados. Imaginen organizar un Masterchef con sus eminencias enfrascados en fabricar Tetillas de Monja, que pese a lo que puedan pensar algunos degenerados mentales son unas deliciosas galletas que fabrican las monjas de no sé qué convento, porque la participación de las mujeres en la iglesia del siglo XXI está reservada a la repostería.
Tercamente instalada en el secreto, como si fuera un Consejo de Ministros cualquiera, la incuria vaticana ha convertido la Capilla Sixtina en una habitación aislada del mundo carnal, con inhibidores de señales electrónicas y suspensión de cualquier tipo de comunicación con el exterior. Una verdadera pena. El mundo necesita un entretenimiento de calidad. Y un acto que despierta el interés, por no decir la pasión, de cientos de millones de fieles en todo el planeta es una oportunidad de oro que además se podría monetizar muy fácilmente. Una empresa con acciones en la eternidad y dividendos en la bolsa y con dos mil años de solera bancaria, como es el Estado Vaticano, no se puede permitir desperdiciar los ingresos en publicidad que generaría una retransmisión de los debates y votaciones.
Durante días —porque la votación se presenta incierta y ajustada y nadie sabe a día de hoy qué es lo que tiene previsto el Espíritu Santo— el mundo entero y sus cámaras de televisión (que vienen a ser lo mismo) estarán pendientes del humo que saldrá por la chimenea donde se queman las papeletas de las votaciones. Por el humo se sabe dónde está el fuego, dicen. En Roma se sabrá dónde está el Papa.
Considerando que India y Pakistán, dos potencias atómicas, están en tensión; que Rusia sigue masacrando Ucrania, que Israel sigue con su plan de convertir Gaza en un solar y que Trump se saca fotos vestido de Papa, los presagios de Malaquías y Nostradamus y el puñetero apocalipsis, el anticristo y el antipapa y toda la pesca, se hacen cada vez menos fantasía. España, entre ceros eléctricos y el colapso del transporte ferroviario, una vez más, se adelanta a los tiempos. El Vaticano debería haberse pensado hacer el Cónclave en La Moncloa. Al fin y y al cabo el que vive ahí está hecho un Cristo.
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