Opinión | A babor

Los PowerPoint de la señora presidenta

Rosa Dávila, junto a Lope Afonso, durante el segundo Debate del Estado de la Isla

Rosa Dávila, junto a Lope Afonso, durante el segundo Debate del Estado de la Isla / Arturo Jiménez

Rosa Dávila se presentó en el Debate del Estado de la Isla tal y como es ella: con una mezcla de convicción y candidez, como quien cree sinceramente que gobernar consiste, básicamente, en leer en voz alta un catálogo de buenas intenciones. Tenerife progresa, nos dice la presidenta. Tenerife crece. Tenerife tiene un “gobierno imparable”. Tan imparable como los atascos de las autopistas, que ahí siguen, un año después de que la presidenta prometiera resolverlos en tres meses.

Su intervención de ayer fue una sucesión de anuncios donde cabía todo: un “Pacto por la Movilidad”, céntimos para parar los incendios forestales, un centenar de proyectos en marcha (escasamente explicados) y, como novedad estelar, eso que han bautizado como Ramp Metering, que viene siendo el anuncio de poner semáforos inteligentes en la autopista. Ni más ni menos. Con suerte, cuando se enciendan esos semáforos tan listos, ya habremos logrado llegar a casa. De todas las ocurrencias políticas que nos trajo el retorno de Coalición Canaria al poder, sin duda la más estúpida fue la de comprometerse a resolver algo que no tiene solución, en menos tiempo del que se tarda en contar los coches que atascan nuestras carreteras. Desde entonces, la solución al problema de la movilidad en Tenerife ha sido el grial que persigue la presidenta tinerfeña. El drama es que la única solución real e inmediata al desastre de la TF-5 a las tres de la tarde pasa por conseguir que circulen menos coches. Y eso no se logra sin jugarse el pellejo en las elecciones. Dávila puede ser a veces un poco pánfila, pero de tonta no tiene un pelo: adoptar medidas restrictivas hacia el uso del automóvil es algo que los ciudadanos que conducen —la mayoría— no perdonarían nunca. Todo lo demás que se plantee para resolver el colapso circulatorio en la isla serán parches. Quizá entre todos ellos se mejore algo la situación, pero las decisiones se materializan con tanta lentitud que probablemente nunca veamos esa mejoría.

Y tras los coches, los bosques, y otra idea luminosa: el céntimo forestal. Un recargo en el combustible que servirá para cuidar los montes. Dávila quiere recaudar diez millones de euros. La medida resulta tan, pero tan simpática, que me cuesta criticarla. Pero una cosa es pintar árboles en las ruedas de prensa y otra muy distinta meterse monte adentro con planificación y gente con picos y palas. Lo primero ya lo hacen. Lo segundo, está por ver.

La batería de ofertas ecológicas incluye también una ecotasa para entrar al Parque Nacional —será efectiva a partir de 2026 y solo para guiris, no vaya a ser que se enfade mucho el personal—, y también la renovación del teleférico y la reapertura del Refugio de Altavista. También habrá más agentes de Medio Ambiente, lanzaderas eléctricas —en una isla que quema fuel para producir electricidad— y promesas de sostenibilidad para todos los gustos. Me pregunto si esas medidas lograrán que el monte arda con menos rabia este año.

Y por si alguien echaba en falta una buena obra pública, reaparece también el viejo proyecto del edificio Puerto-Ciudad en Santa Cruz, con el Cabildo dispuesto a pagar el 30 por ciento de la minuta. Una ciclópea casa de acero, cemento y cristal que acercará la ciudad al mar. ¿Cuándo? Probablemente no durante este mandato.

En emergencias, Dávila anuncia la incorporación de 52 bomberos. Es una buena noticia, aunque no conviene disfrazarla de novedad: la estabilización viene obligada por ley. Lo que sí es mérito propio del Cabildo es haber llegado al pavoroso incendio del 2023 con los medios justitos y seguir hablando de reforzar plantillas dos años después. Por supuesto, hubo también en el diserto presidencial de ayer un espacio para la salud mental —faltaría más—, con la ampliación del programa FARO a más municipios, atención a los jóvenes y prevención de adicciones. Loable. Hace falta, y además está de moda. Ojalá no sea solo humo de temporada. Y un epílogo urbanístico: la revisión del Plan Insular de Ordenación, esa criatura difusa que sirve para todo y para nada, y que ahora tendrá “perspectiva ambiental, económica, territorial y de movilidad innovadora”. Parece que van a rehacer el plan, añadiéndole adjetivos.

La presidenta anuncia cosas. Pero es preocupante que en esta isla, desde Adán Martín, no se evalúe nada. La política insular se ha convertido en una cadena de promesas diferidas, de medidas sin calendario y de balances inflados. Lo que hay es mucha fotografía y mucho relato, pero resultados, los justitos: los coches siguen parados en largas colas en las autopistas, los jóvenes pierden la esperanza de conseguir vivienda, los barrancos se nos llenan de basura, y los montes arden cada verano, esperando pacientemente un PowerPoint capaz de apagarlos. Tenerife necesita algo más que medidas para dentro de dos años. Necesita que alguien imagine la isla que nos hace falta. Y se ponga a ello.

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