Opinión | Asuntos insulares

Omar Batista Martín

Santa Cruz de Tenerife

Lo de Groenlandia

El vicepresidente de EEUU, JD Vance, y su esposa, Usha, a su llegada a la base militar espacial de EEUU en Groenlandia, en Pituffik.

El vicepresidente de EEUU, JD Vance, y su esposa, Usha, a su llegada a la base militar espacial de EEUU en Groenlandia, en Pituffik. / JIM WATSON / AP

Como solemos comprobar casi a diario en Canarias, proteger y hacer valer el modo de vida deseado por la población de los espacios insulares es verdaderamente difícil.

Nuestra relación con los espacios continentales es siempre compleja y de difícil encaje, pues son muchas las dependencias, unas materiales y palpables, como las de insumos o energéticas, así como inmateriales y verdaderamente trascendentes, como la seguridad del territorio ante pretendidos nuevos pobladores.

Nuestra relación con los continentes se estima como siempre necesaria. Hacer convivir las necesidades del territorio con una relación de respeto que no suponga una merma de los derechos de la población local, se dibuja como quimera, y como estamos viendo en Groenlandia, o en Puerto Rico, se puede regresar a situaciones coloniales en un abrir y cerrar de ojos. Casi de la noche a la mañana.

Tal y como ha funcionado siempre el mundo, todas las islas en algún momento fuimos colonias. De mérito es lograr en el presente sostener buenas relaciones de soberanía que nos permitan no regresar a tiempos en los que las poblaciones insulares éramos mera mano de obra de un sistema diseñado para el exclusivo beneficio de la metrópoli. Así lo saben aquí quiénes se apelliden por ejemplo Darias, Tarife, Trujillo o Rivero, al menos epigenéticamente.

Hoy Groenlandia, tras años de especulación, se ve a las puertas de encontrar nuevas posibilidades de soberanía. Las pasadas elecciones del 11 de marzo cambiaron la pregunta que mueve el sistema político, y llevó a dos organizaciones abiertamente autonomistas a liderar la contienda. Una de ellas, Narelaq, lo pretende desde una perspectiva similar a la que implicaría ser estadounidenses. Son una especie de Partido Nacionalista Canario o Congreso Nacional de Canarias muy liberal.

La otra organización fuerte en el nuevo esquema, ganadora de las elecciones, llamada Demokraatit, representa una perspectiva escéptica con lo que propone Estados Unidos, y a favor, no ya de una anexión a otra potencia, si no de una verdadera independencia o bien un cambio de relaciones con Dinamarca, que consolide lo que ahora mismo está recogido, que es sencillamente ser, «nación constituyente», dentro del reino danés. Suena a eso que nos pasa a nosotros de ser «nacionalidad histórica», una manera muy sutil de decir que somos un país o podríamos serlo si lo fuésemos.

Lo definitivo es incómodo para los espacios insulares, siempre presos de la posmodernidad. Víctimas del mar. Demasiado nos dice la inmensidad del mar como para tener nosotras claro lo que somos este Archipiélago. En ese sentido, el socio-liberal Demokraatit sería una simbiosis entre valores de Coalición Canaria y del Partido Socialista, formaciones que por excelencia han ejercido, desde sus posiciones formales, posturas que han construido la práctica del regionalismo canario, y que sin duda han definido y definen nuestro sistema político.

Más en los márgenes, quedarían tres formaciones; Inuit Ataqatigiit, que sería como Drago-NCa y Atassut, una especie de Partido Popular, y Siumut, hoy una paqueña formación que un día fue líder socialdemócrata de la isla. Sin representación quedó Qulleq, un partido de nueva creación que basa su propuesta en una polémica diversificación de la economía groenlandesa a través de la extracción de petróleo y demás imaginarios sumamente alejados del tranquilo modo de vida de la isla.

El nuevo gobierno groenlandés está liderado por Demokraatit en minoría, dejando a los salientes Inuit Atagatigiit y Siumut - ahora en connivencia con Narelaq - en la oposición. Aunque el ejecutivo esté formado por una organización independentista, aboga en estos momentos permanecer en el reino danés, ya que visto lo visto, les quiere invadir por activa y por pasiva, Donald Trump, y eso cambia las cosas.

Este debe ser un debate complejo en las barras de bar de la ciudad más poblada de la isla, Nuuk, que con poco más de 16.000 habitantes, cantidad la cual es, aproximadamente, un tercio de los que residen, por ejemplo, en el casco de San Cristóbal de La Laguna, representa el centro neurálgico de tan vasto territorio insular, ni más ni menos que un millón de veces la extensión de Tenerife, 2,166 millones de km2 que tiene Groenlandia.

Sirva como precedente, que Islandia se separó de Dinamarca en 1944 cuando la Alemania nazi pobló el territorio danés. Ser un país en la arena de Naciones Unidas no es una entelequia para un territorio insular, como algunos quisieran dogmatizar, sin embargo, lo que sí es dogma, es que nuestros territorios, por su naturaleza, deben calcular las alianzas debidas con un sosegado y consciente entendimiento de sus interdependencias y debilidades geopolíticas, ya que en ocasiones, buenos acuerdos con terceros, pueden implicar que los habitantes de una isla, ejerzan de forma más auténtica y cómoda su soberanía y deseo colectivo, al pertenecer a una metrópoli que permite más libertad que la que pudiera darles la siempre salvaje e inhóspita soledad internacional.

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