Opinión | A babor
Repensar Fonsalía

Infografía de la conexión del litoral de Fonsalía con el puerto proyectado. / EL DÍA
Canarias está acostumbrada a dejar morir decisiones correctas. Como el puerto de Fonsalía: una infraestructura que durante años contó con el apoyo unánime de las instituciones canarias como solución estratégica para aliviar la congestión del puerto de Los Cristianos y mejorar la conectividad entre Tenerife y las islas verdes. Hoy, sin que haya mediado una alternativa técnica seria ni una renuncia explícita a sus fundamentos, Fonsalía ha sido enterrado por los mismos partidos que lo defendieron. Y todo para no molestar a quienes creen que la sostenibilidad empieza y acaba en impedir que se hagan las cosas.
Los Cristianos es uno de los principales puertos del Archipiélago. Conecta Tenerife con La Gomera, La Palma y El Hierro, y por sus rampas transitan cada año millones de pasajeros, medio millón de vehículos y toneladas de mercancías. No es un puerto de cruceros ni de recreo: es una infraestructura esencial para garantizar la movilidad de personas y bienes. Dispone de más de 2.300 metros lineales de preembarque, con capacidad para 464 vehículos o su equivalente en unidades de transporte de mercancías. Pero lleva años colapsado. No puede crecer, congestiona todo el sur de Arona y convierte los traslados marítimos en una experiencia cada vez más lenta, incómoda y contaminante.
Fue precisamente ese diagnóstico el que llevó a todas las administraciones –Cabildo, Gobierno canario y Estado– a consensuar la necesidad de una infraestructura alternativa. Fonsalía, en el municipio de Guía de Isora, ofrecía una ubicación más accesible desde la TF-1, menos invasiva para los núcleos urbanos y con espacio suficiente para absorber el tráfico interinsular y redistribuir el crecimiento portuario. Durante dos décadas se avanzó en informes, se compraron terrenos, se defendió el proyecto en Bruselas, se construyeron accesos y se planificó una inversión que iba más allá del puerto: una apuesta por el equilibrio territorial y por un modelo de transporte marítimo más racional.
Pero entonces llegaron los carteles del No, los lemas rotundos y las campañas en redes. El argumento principal contra Fonsalía es que afecta a un área de biodiversidad marina y fomenta un modelo insostenible de movilidad. Los colectivos ecologistas lograron lo que no habían conseguido los plazos administrativos: desactivar el consenso político y generar uno nuevo. El Parlamento de Canarias votó en 2021 una proposición no de ley para archivar el proyecto, con apoyo del PSOE, Nueva Canarias y Coalición Canaria. Se abandonó el puerto sin negar su necesidad, sin estudiar alternativas técnicas y sin resolver el problema de fondo. Una rendición discreta, para no tener que explicar a los ciudadanos que el desarrollo también es una cuestión de sostenibilidad.
Lo cierto es que los barcos siguen saliendo de Los Cristianos. Y las colas siguen colapsando el pueblo. La contaminación atmosférica y acústica afecta a residentes y turistas. Y la economía y el desarrollo de La Gomera, El Hierro y La Palma dependen de un puerto obsoleto. Fonsalía no se construyó, los informes de impacto se pudren en los cajones, y la conexión entre las islas se resiente por la falta de coraje de nuestros dirigentes. Alguien logró grabar otra muesca en la culata.
No se trata de despreciar la preocupación ambiental, sino de entender que preservar el territorio no puede significar paralizar cualquier solución a problemas que afectan a cientos de miles de personas. Si se descarta Fonsalía, ¿cuál es la alternativa? ¿Seguir saturando Los Cristianos? ¿Invertir en mejoras imposibles en un puerto sin espacio físico para crecer? ¿Transferir el tráfico a Granadilla, a costa de más kilómetros por carretera y por mar, y más emisiones? El ecologismo no puede funcionar como una religión que nos impida razonar. La política no debe responder con gestos reactivos dictados por la última campaña viral.
Fonsalía demuestra que en Canarias falta una cultura de planificación que combine sostenibilidad con desarrollo; que entienda que las infraestructuras bien diseñadas no son un atentado al medioambiente, sino parte de la solución. Que un puerto no es un capricho, sino un componente clave de las comunicaciones y de la cohesión territorial. Que proteger también es construir. Repensar Fonsalía no es una herejía: es una necesidad. Y si no se quiere hacer allí, entonces toca decidir dónde. Fingir que no pasa nada mientras Los Cristianos agoniza no es ecologismo, es escapismo. Quedan muy bien los discursos, pero son discursos que se hunden cuando uno vive en La Gomera, o –si vas de visita- con el primer atasco monumental camino del ferry.
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