Opinión | RETIRO LO ESCRITO

Nuevo obispo

Ya no basta con el cónclave para elegir papa, anteayer había que tolerar el jolgorio de la toma de posesión del nuevo obispo de la Diócesis Nivariense, el señor Eloy Santiago. Por supuesto, se habían impuesto medidas para tráfico, porque llegarían guaguas trufadas de católicos, dios es alegre, dios es amor, qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor, además del nuncio del papa en la UE -- ¿tiene nuncio la UE? -- casi veinte obispos y más de 260 curas. Los obispos, algunos cargos de la Diócesis y los familiares del nuevo obispo se fueron a comer opíparamente a un hotel postinudo.

Si, en efecto, lo ha usted averiguado: este es otro artículo sobre el quebrantamiento de la separación entre la Iglesia Católica y el Estado, es decir, otro artículo sobre cómo la aconfensionalidad del mismo es sonrientemente pisoteada por las autoridades públicas y los propios católicos. Uno puede entender que el presidente o el vicepresidente del Gobierno de Canarias inviten al nuevo obispo a una visita oficial a sus respectivos despachos. No deja de ser razonable que ambos se relaciones cortésmente con el obispo de la provincia de San La Iglesia Católica es la organización eclesiástica con más fieles en Canarias. Se les invita a los respectivos despachos oficiales, se le sirve un café y se les despide hasta más ver. Pero aquí no ocurre esto en pleno siglo XXI. Aquí los responsables políticos acuden a la ceremonias litúrgicas para celebrar al prelado y felicitarle por su nombramiento y ofrecerle una cariñosa bienvenida y hasta colaborar con algún aspecto de la celebración, como los efectos de imagen y sonido. Sería curioso conocer con qué frecuencia asiste a misa el alcalde de La Laguna, Luis Yeray Rodríguez, que estuvo en el acto con cara de sueño. En realidad estaba medio ayuntamiento. Esto es en todas partes. En Las Palmas de Gran Canaria la alcaldesa, Carolina Darias, procesionó gentilmente durante la pasada Semana Santa, con su gran chambelán, Francisco Hernández Spínola, pegadito a ella, no fuera a perderse la jefa. Si Canarias pudiera introducir una práctica deportiva en los Juegos Olímpicos dudo que fuera la lucha. Lo más probable es que se decidieran por la procesión en pos de lo sagrado. Los practicantes, sean consejeros, presidentes de cabildos, diputados o directores generales, tienen más fe en sus votos que en los votos sacerdotales. Y jamás encontrará usted un puñetero disidente que se niegue al numerito. En realidad es la última frontera ideológica. Usted puede encontrar a dirigentes políticos del Partido Popular reconocer su identidad homosexual –por poner un ejemplo – pero es muchísimo más difícil encontrar a un ateo declarar que, desde su punto de vista, la fanfarrias de obispos, procesiones, vírgenes, santos, cruces y cánticos no deja de ser un conjunto de supersticiones más o menos añejas, bobaliconas o grimosas, frente a las cuales un político no tiene absolutamente nada que decir o hacer.

Imagino que uno debería asombrarse, igualmente, de tanto regocijo, después de soportar durante lustros a un obispo autoritario y bravucón, que llegó a soltar burradas tan intolerables como eso de que a veces los niños o los adolescentes provocaban a los sacerdotes, y podía pasar lo que a veces desgraciadamente pasaba. Si es que van como locos. Uno imagina, aunque sus conocimientos en materia de Derecho Canónico son nulos, que a un obispo, a cualquier obispo, se le termina perdonando todo, incluso los mayores dislates o las enormidades más hirientes. Su sucesor, según leo por ahí, ha trabajado para el servicio diplomático del Vaticano. Cabe esperar que esta experiencia le sea útil no para gobernar su iglesia – algo que solo afecta a su clientela religiosa – sino para evitar serenamente cualquier interferencia con el respeto en la convivencia cotidiana que exige una sociedad civil democrática y liberal.

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