Opinión | El lápiz de la luna

La ilusión con nombre de colegio

Feria del Libro en Santa Cruz

Feria del Libro en Santa Cruz / Arturo Jiménez

Ustedes saben que a veces tiendo al pesimismo. Pero, cómo no voy a verlo todo gris cuando el líder del mundo libre está de aquella manera; además, se baraja que salga un papa conservador para contrarrestar el libertinaje del papa Francisco. A esto le sumamos que Canarias es una de las comunidades autónomas que más pornografía consume (las últimas redadas contra la pornografía infantil se han llevado a cabo en nuestras islas). Y, bueno, si ya entramos en la suciedad de la ciudad, el aumento de la violencia y de la pobreza en el archipiélago, apaga la luz y vámonos. Ante este percal, ya me dirán ustedes cómo acepto un mensaje de tacita de Mr. Wonderful como animal de compañía. Sin embargo, hasta en la noche más oscura hay estrellas en el cielo latiendo para el universo. Solo debemos mirar en la dirección adecuada. Recientemente se celebró el Día del Libro y con él diferentes actos para fomentar la lectura. Mi abuela siempre decía que Dios aprieta, pero no ahoga. La verdad es que le ha cogido gusto el Señor a agarrarme por el pescuezo. En cambio, también es cierto que cuando me ve negra como una uva pasada me deja coger resuello. Y el resuello vino de la mano del Centro de Educación Especial Petra Lorenzo. Este colegio, para celebrar el Día del Libro, eligió el cuento «La lección del señor Ponozky» y me invitó a visitarles. Lo que no me esperaba es que tanto el alumnado como el profesorado me tuviesen preparada semejante sorpresa. Lo primero que me hizo recobrar la fe en la educación -que saben que a veces la pongo en cuarentena- fue ver el amor, la paciencia y la dedicación de los maestros y las maestras con cada uno de los niños. Y sí, ya sé que me dirán que eso es lo que un profesor debe hacer… no obstante, hay docentes y docentes. Pero esto se está poniendo optimista y no lo voy a estropear ahora. Lo segundo que me sacó una sonrisa fue ver el mural que hicieron con todos esos calcetines que no vuelven de la lavadora y lo tercero, la guinda del pastel, que adaptaran el libro a pictogramas. Si un autor ya se siente pleno cuando un centro propone su novela como lectura, imagínense cuando hacen la lectura inclusiva. Los niños y las niñas me hicieron preguntas divertidas, algunas difíciles, y me transmitieron lo contentos que estaban por que hubiese ido a visitar su colegio. ¡Cómo es la vida!, creían que el detalle era mío cuando ellos eran el regalo. Yo miraba a mi alrededor y me preguntaba de dónde sacó el tiempo el claustro para preparar aquel tinglado con la Semana Santa en medio. «Aquí arrimamos el hombro todos», me dijo la maestra de audición y lenguaje, «todos pintamos, recortamos, pegamos, dibujamos…» Cada vez que visito un centro me voy con una sensación de paz en el alma y de confianza en esas personas que están sembrando tanta ternura en el mundo, pero que al no hacer ruido pasan desapercibidas. Era mi primera vez en un centro de educación especial y desde ese día, cuando miro a los lados y el caos social en el que vivimos inmersos me atora, recuerdo que solo es cuestión de mirar bien, porque las estrellas siguen ahí, brillando, y hay que ser agradecidos con todos aquellos que desprenden luz.

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