Opinión | Vuelva usted mañana

Francisco y el Evangelio

El papa Francisco, el 25 de septiembre de 2015, durante la misa que ofició en el Madison Square Garden de Nueva York.

El papa Francisco, el 25 de septiembre de 2015, durante la misa que ofició en el Madison Square Garden de Nueva York. / ANDREW BURTON / POOL / EFE

Cuando la política se entrecruza e inmiscuye en cualquier ámbito de la vida, la reacción primera de quienes no vivimos de ella y no llegamos a entenderla en su simple complejidad es el rechazo. Esto ha sucedido ante el fallecimiento del Papa Francisco y las palabras de una izquierda que parece, a pesar de que en su mayoría no es creyente, sentir de verdad la pérdida por entender que el pontífice fue uno de ellos o cercano a sus postulados. Y enfrente, paradójicamente, una derecha que aparentaba en muchos casos alivio y en otros, cierta indiferencia.

De ser verdad, ninguno de los sectores mencionados parece haber entendido que Dios no tiene ideología, que no es derechas ni de izquierdas ni raza ni sexo. Dios no existe, ES. Y que la Iglesia se rige o debe regir por sus principios, no juzgarse conforme a ideologías que pueden coincidir o no con la que deriva de la fe, pero que no es la ideología política el elemento que sirve para calificar del mismo modo a lo que es distinto y superior por su trascendencia espiritual. El evangelio es la fuente principal y ahí hay elementos que tienen entidad suficiente para determinar lo que las ideologías políticas, relativas y sometidas a intereses cambiantes no pueden hacer.

El paso de los días, frente a la primera impresión del uso por la izquierda de la figura de Francisco, ha cambiado la percepción que en un principio tuve, la de un uso indebido de quien fue y ha sido un gran Papa que, sin dar grandes pasos en lo que le exigían de uno y otro lado, ha impuesto un mensaje puramente cristiano, simple, aunque difícil, un reto que sólo puede ser rechazado por quienes se consideran dueños de una Iglesia que tantas veces se aleja del evangelio. No. La izquierda, olvidando, eso sí, el sentido vertical, no sólo horizontal y humano de la Iglesia y el cristianismo, por no militar en su gran mayoría en la fe católica, ha sentido que Francisco predicaba un ideal que era digno de ser asumido como referente de conducta. En realidad, aunque no se dieran cuenta o compararan al Papa con sus convicciones políticas, la izquierda ha valorado a Francisco por sus actos y principios, que son propios del evangelio de Cristo. La coincidencia de muchos de ellos con las ideologías calificadas como progresistas no significa, contra lo que se quiere destacar, que el Papa tuviera otra ideología distinta a los valores cristianos derivados del evangelio. Y esos valores, es evidente, no son coincidentes en mucho con algunos postulados del conservadurismo y del capitalismo extremo y sí por los calificados de progresistas.

Frente a la izquierda y sus discursos, aunque muchas veces no sean eficaces o posibles, la derecha o parte de ella, los fariseos que abundan en templos repletos de oraciones vacuas, pregonan la supremacía de los ricos o poderosos sobre los pobres, exigen que los mendigos sean ocultados, casi concentrados en guetos donde no perturben la paz de los que todo tienen, que los menores no acompañados sean devueltos o expulsados, que los inmigrantes carezcan de los derechos básicos de las personas, incluida la salud, que no sean tratados como hermanos e hijos de ese mismo Dios que consideran suyo, exclusivo y excluyente, que la guerra se comprenda, que las fronteras marquen líneas divisorias entre los seres humanos, que los no heterosexuales y divorciados sean segregados y condenados. Esa parte de la humanidad de Francisco ha sido comprendida por la izquierda que ha sabido entender y aceptar su defensa a ultranza de la vida aunque no la comparta. Y no ha entrado a discutir sobre cuestiones menores, que no son dogmas, como el divorcio, el celibato o la ordenación de las mujeres. La izquierda ha ensalzado en el Papa su defensa de los valores humanos, los que la derecha ha rechazado porque en muchos casos, lo esencial de los principios evangélicos es negado en sus programas políticos que, no obstante, consideran compatibles con una fe que expresa una pura apariencia, de sacristía y procesión, una profesión de fe vacua porque se lanza contra los menos favorecidos desde posiciones de superioridad que se revisten del aura de una creencia que sus actos y palabras desmienten.

Creo de verdad que la izquierda ha captado el mensaje de Francisco o, mejor dicho, el de la Iglesia de Cristo, aunque duela o moleste a tantos que militan en un lugar incompatible con sus sentimientos, expresiones y demandas. Y no veo uso alguno en este caso de la figura del Papa a pesar de los llantos de tantos católicos quejosos de los elogios a su Papa. Qué triste. Poco beneficio va a hallar la izquierda en su electorado con las alabanzas a un Papa. Y perjuicio obtendría la derecha, alejada de la creencia que pregona, de exaltar los valores cristianos que exhibió Francisco, que chocan frontalmente con el evangelio. Incluso obtiene beneficio pregonando lo que es contrario al mismo. Una paradoja dolorosa.

La Iglesia pobre y de los pobres. El acogimiento de los inmigrantes. El de los menas. La misericordia y el respeto a todos sin distinción de raza, de creencias, de convicciones, de fortuna. La bendición de los homosexuales y divorciados. Todo eso choca con muchos postulados de una derecha que, en muchos casos, al menos en este país, sigue creyendo que Cristo es español y de derechas.

Esperemos que la Iglesia siga y profundice en el camino abierto.

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