Opinión | El recorte
Un mes de fiesta
El «orgullo de ser canario» consiste en que somos diferentes. Pero no tanto. A nosotros también nos mantienen. El eslogan es acertado

Manifestación por el Día de los Trabajadores en Santa Cruz de Tenerife / ED
Mayo empieza con el día de los trabajadores de izquierdas y acaba con el de Canarias. Me pregunto si será una sutil ironía del calendario. El deporte nacional de los canarios es la procastinación. O sea, el «déjalo estar». Si te pones estupendo, nos aproxima al zen. Pero también nos coloca, socialmente hablando, en la escala de agilidad de una chuchanga.
El día de la nacionalidad macarronésica, además de un par de festivales de reguetón y merengue donde practicar el deporte nacional de levantamiento de cervezas sudafricanas, la Comunidad Extremadamente Dependiente de Canarias debería mirarse en el espejo del municipio de Granollers, en Cataluña, que eso sí que es ponerse las pilas. Celebraron fiestas en las que una de las actividades consistió en un curso de «guerrilla urbana» para niños, con cócteles molotov simulados lanzados contra muñecos vestidos de policía. Era parte de un programa denominado «Introducción a las principales herramientas técnico-tácticas para una estrategia subversiva».
Pero aquí abominamos de la rebelión. Da mucho trabajo. Somos un pueblo pacífico y tal. Cuando Hilario Rodríguez, un independentista entre nacionalistas bajos en calorías, dijo aquello de «darle un tonicazo al godo», estuvo a punto de costarle la pelambrera. Además, para la inmensa mayoría vaciar una botella de ron para llenarla de combustible es un acto contrario al sentido común. Lo primero es el tenderete y el cubata no se puede hacer con gasolina.
El rival no es un Estado bondadoso y paternal que nos trata como si fuéramos la suela de sus peninsulares zapatos. Hasta el PP godo confunde a Canarias con Hawaii. Aquí mucha gente piensa que el enemigo son los guiris, los ricos, la contaminación, las nuevas urbanizaciones que acaban con las viborinas y el alquiler vacacional. El futuro no está en explotar algunas de las oportunidades que se nos ofrecen, como las tierras raras, sino en procurar que se nos mantenga adecuadamente.
El mensaje de ahora es que la riqueza no nace de la inversión y el trabajo, ese perverso modelo capitalista –ampliamente superado en paraísos sociales del bienestar como Cuba y Venezuela, a los que ya imitamos con los cortes de luz– sino en otra cosa milagrosa: la transformación digital y energética. Existe una creencia inquebrantable en que si implantamos en las islas las energías renovables y sustituimos los hoteles por la producción de películas de dibujos animados, el paro desaparecerá, el sueldo medio crecerá hasta ser el de un diputado y nuestra tierra incontaminada, con cero huella de carbono, será inmensamente limpia y rica.
Pero eso solo sucederá si los godos y los europeos en vez de venir de turismo nos siguen manteniendo por la cara con algunos miles de millones al año. Ayer, la izquierda celebró en godilandia el día del trabajo en un país donde las manifestaciones deberían encabezarlas, simbólicamente, Jésica, Claudia, Andrea y Nicole. El «orgullo de ser canario» consiste en que somos diferentes. Pero no tanto. A nosotros también nos mantienen. El eslogan es acertado. Somos la única especie en la Vía Láctea –el nombre nos viene al pelo– que quiere cargarse orgullosamente aquello de lo que vive.
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