Opinión | Dicha irrepetible

Inés Martín Rodrigo

Las primeras veces

Mariano Sigman

Mariano Sigman / El Día

Cuenta Mariano Sigman, que además de tener una mente brillante y ser un tipo estupendo es un gran escritor, que todos los recuerdos se arraigan en una mirada, la que proyectamos hacia nuestra propia vida. La memoria es narración, y uno de los ejemplos más bonitos de esa realidad es el relato del primer beso. «Es una narrativa construida a partir de datos, es ficción autobiográfica, vas añadiendo elementos que te permiten elaborar una historia». Eso me dijo Sigman, entre otras muchas e interesantes cosas, cuando me acerqué a él en busca de ayuda y respuestas a los innumerables interrogantes que me estaba planteando la escritura de la novela que entonces tenía entre manos, hoy en librerías. A medida que la ficción se fue adueñando de la historia que quería contar, inspirada en hechos reales, decidí convertirlo en personaje del libro. Era la primera vez que lo hacía, que me atrevía a dar ese paso narrativo, vertiginoso y emocionante, y lo recuerdo, la decisión, el momento en que la tomé, aún con entusiasmo. Nunca me había concedido esa libertad creativa, no había sido capaz de zafarme de las costuras que yo misma me había apretado con fuerza.

Digo todo esto, lo escribo, lo recuerdo, porque llevo días reflexionando sobre la importancia, e influencia, de las primeras veces en nuestras vidas. Vuelvo ahora al ejemplo del primer beso y trato de evocar el mío, cuándo, con quién, cómo. Fue, según mi memoria, robado, en un bar, una noche de Semana Santa, yo rondaría los 16 años, él también, era eso, la edad, lo único que teníamos en común, aunque nos conocíamos desde chicos. Esa primera vez fue tan fugaz que no sé cómo llegó a convertirse en memoria, se consolidó y hoy es un relato que cuento con frecuencia y cariño, cierta nostalgia, también. Hacía tiempo que mi vida ya iba en serio, pese a que no conocía todavía los versos de Gil de Biedma. Otra primera vez, esa lectura, la de ese poema, su descubrimiento, doloroso e iluminador. Recuerdo la tristeza que a los pocos días sentí, no porque no volvería a ser joven, sino porque ya no podría volver a experimentar esa lectura virgen. Me ha pasado muchas más veces, con cantidad de libros, de autores, películas, series, y con hechos, claro, con personas, el día que conocí a James Salter, la primera imagen que conservo de mi sobrino, en el hospital, sobre el regazo de mi hermana, en una camilla, en el pasillo.

El gozo de la primera vez, su dicha, las sensaciones, esa experiencia, es irrepetible, inolvidable, pese a que cada vez que la recordemos cambiemos el relato, lo adaptemos, pues así somos, seres adaptativos, y autopoiéticos. Por eso, conviene que hagamos memoria, sí, que evoquemos esas primeras veces, incluso alteradas, que las compartamos y escuchemos a otros narrar las suyas, les preguntemos. Aunque habrá más, esas, las ya vividas, son únicas. Como la del taxista que me acercó a la estación de tren de Barcelona el día después de Sant Jordi: «Es la primera vez que llevo en el taxi a una escritora, qué bonito». Lo contará, a su mujer, a él mismo. Siempre será su primera vez, aunque puede que la escritora ya no sea yo. Y no importará. Será su relato. El mío es otro, este.

Tracking Pixel Contents