Opinión | Retiro lo escrito

Una bancarrota moral

Puente descarta otra auditoría sobre Koldo y recrimina al PP que no las haga sobre Mazón

Puente descarta otra auditoría sobre Koldo y recrimina al PP que no las haga sobre Mazón

Cada vez me es más placentero disfrutar de las intervenciones de semejante tipo. Porque cada vez que abre la boca más evidencia su textura moral. Es el señor Óscar Puente, ministro de Transporte y Movilidad Sostenible. Un sujeto gañanesco pulido por la pasta –los trajes a medida, el peluquero quincenal, los zapatos caros, el nutricionista, el equipo de golf con un precio superior al salario mínimo– que resulta un exponente referencial del sanchismo. En su caso, muy específicamente, Puente pretende transformar el insulto en una ética, su única ética, y en una estética, la estética del matón de bar que no quiere oír chistar a nadie, no se diga disentir de sus mandangas entre heroicas y onanistas. Antes de cumplir un año en el cargo ya había conseguido poner en marcha uno de sus objetivos básicos como ministro: un equipo de comunicación cuya responsabilidad central no era tanto difundir su gestión pública, sino ofrecerle un instrumento eficaz para fulminar a opositores o críticos a través del insulto, la descalificación o el escarnio. Sobre todo en la red X, la antigua Twitter, donde utiliza varias y conocidas metodologías para estigmatizar y agraviar a quien le place. Por ejemplo, señalar a la persona en gestión con dos o tres tuits y después, previa alerta de su equipo a militantes, cuadros y troles socialistas, derramar sobre el elegido cientos y a veces miles de tuis insultantes. Lo ha hecho tantas veces y tan a menudo que hasta lo ha hecho con un servidor. Cerca de 500 tuits recibí en menos de venticuatro horas; la mitad en las primeras tres. Por supuesto, con gente más importante el esfuerzo es mayor. Una de las predilecciones del ministro es la periodista Elisa Beni, a la que ha agredido y ridiculizado repetidamente en X para luego soltarle los perros. Beni ha llegado a recibir varios miles de tuits durante días y días, hasta el punto que la Asociación de la Prensa de Madrid ha concedido amparo a Beni –una profesional que nunca ha sustituido el análisis por la injuria– «por el hostigamiento continuado por parte del ministro Óscar Puente». Se trata de una táctica fría y deliberada que solo persigue amedrentar al periodista. En Francia, en el Reino Unido, en Portugal o en Alemania un individuo con semejante catadura que practica desvergonzadamente estas miserias –con el apoyo activo en estas cacerías tuiteras, debe insistirse, de su propio partido– debería haber dimitido hace ya tiempo.

¿Por qué? Para evitarnos, por ejemplo, la deplorable actuación del ministro de Transporte ayer en la comisión del Senado que investiga el llamado caso Ábalos. Los informes de la UCO han concluido que José Luis Ábalos, antecesor del vallisoletano en el Ministerio de Transporte, enchufó a su amante en una empresa pública, donde no trabajaba, simplemente cobraba. En su momento, hace unos meses, Puente intentó normalizar un asunto tan chusco y ruin como este, pero ya no lo puede hacer: las evidencias y los índices probatorios son abrumadoras, incluyendo delatadoras grabaciones telefónicas. Así que ayer se dedicó con un cinismo olímpico a explicar que los 900 euros mensuales que percibía la piba era una miseria, «comprenderán ustedes que con un sueldo así estos puestos no son muy disputados en esta empresa». Los diputados, estupefactos, parecían paralizados por el asombro. El portavoz del PP le preguntó si no conocía a la amante de Ábalos y respondió que no. «¿Está usted seguro? –replicó el diputado–. ¿No tiene miedo que en el futuro una grabación o algo por el estilo lo contradiga?». «El que debería tener miedo es usted», le respondió el ministro, que luego pretendió interrogar al diputado sin hacer mucho caso al presidente de la comisión. Hizo lo que pretendía hacer: que su comportamiento de narcisista tabernario nos hiciera olvidar durante cinco minutos a Ábalos y Jésica. Muy pocos representan tan bien como Puente la bancarrota moral del sanchismo y su altísimo precio para la salud democrática del país.

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