Opinión | El lápiz de la luna

Quiero volver

IA como motor de fidelización personalizada en empresas

IA como motor de fidelización personalizada en empresas / Imagen generada por IA con tecnología OpenAI

Mi marido dice que me estoy haciendo mayor porque empiezo a sentir nostalgia por mi infancia. Yo le explico que ya desde niña era una señora mayor y que la nostalgia podría ser mi segundo nombre, así que lo dejamos en tablas y asumimos que ambos tenemos algo de razón. Esta semana se actualizó el software de mi móvil y con la actualización llegó un círculo al WhatsApp que te permite pedirle ayuda a la inteligencia artificial (IA). Si desde que aprendí a hablar -lo hice tarde, pero una vez que vocalicé una palabra ya no hubo forma alguna de callarme-, llevo sin necesitar que una IA me ayude a estructurar enunciados o a germinar ideas, no creo que ahora sea diferente. A esto hay que añadirle que los mensajes de audio te permiten transcribirlos, por si no puedes escucharlos desde que los recibes porque estás en una reunión o por lo que sea. Lo importante es que tomes el mensaje ya. Y si no puedes, lo transcribe WhatsApp, pero ya, porque todo tienen que ser ya. Me enfada y me asusta esta tendencia a facilitarnos tanto la vida -y de forma inmediata-, que también es una forma de volvernos idiotas del todo. Ya me dirán ustedes qué será de nuestro intelecto si la IA toma el poder y nosotros somos sus marionetas. Un amigo siempre dice que la vida es cíclica y si nos pasamos de listos volvemos a ser tontos… A ver, que no estoy en contra de que la tecnología evolucione, seguro que hará mucho bien, pero también mucho mal. Porque ponernos el caramelo en la boca de "No pienses tú que ya lo hago yo" en un mundo donde nunca tenemos tiempo es, cuando menos, peligroso. Tal vez esta sea la razón de que me visiten mis recuerdos de infancia con frecuencia. Los días de verano, largos y calurosos, en la casa de mi abuela jugando y aburriéndome a partes iguales para que ese hastío que me visitaba a ratos pusiera mi cabeza a hervir y de ahí salieran miles de formas diferentes de jugar en el descampado que estaba debajo de su casa, que pasaba a ser un desierto en el que convertirme en bandido y desafiar a cualquier pistolero de poca monta hasta el escenario terrorífico en el que huir de los zombis. Después de estar todo el día jugando tocaba la cena y leer, porque la tele en casa de mi abuela solo se veía a mediodía para saber cómo iba el mundo a través del telediario, de resto la recuerdo con una colcha calada de color blanco por encima. Uno tenía tiempo de escuchar a sus mayores, de hacer planes con sus primos -que siempre terminaban siendo fechorías- de atender al sonido de la naturaleza, de saborear la comida y de aburrirse. ¡Qué importante es aburrirse! Teníamos poco con lo que hacíamos mucho. Las alternativas eran limitadas, por lo que aprendimos bien temprano a gestionar la frustración con un "Esto es lo que hay y punto." Vuelvo al presente. Un presente en el que tenemos muchísimas elecciones para no aburrirnos y una IA que nos da las opciones en caso de que se dé la remota posibilidad de que nos sintamos insatisfechos. ¡Qué curioso! No nos falta de nada. Estamos llenos de (des)información, de entretenimiento y de aplicaciones que nos conectan con otros, en cambio, cada vez hay más gente en consulta que empieza la sesión diciendo "Me siento vacía." El otro día una persona me hizo la siguiente reflexión: "¿Estaré rota por algún lado y por eso, por más que tengo, me siento vacía? ¿Se me escapará todo por algún sitio?" Creo que está perfectamente cosida. Sin embargo, toda esta revolución tecnológica hace que sintamos que se nos saltan las costuras. La aguja y el hilo solo lo tenemos nosotros y nos toca ponernos a coser. Somos quienes debemos saber hasta dónde nos cuelan toda esta falsa evolución a la que llaman futuro y decidir en qué invertir esfuerzo sin renunciar a nuestro potencial. En fin… Me estoy haciendo mayor, probablemente por eso quiera, de vez en cuando, volver allí, donde yo era la dueña de mi tiempo.

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