Opinión | El recorte
Bajas temperaturas
A media legislatura la calle se calienta y el Parlamento se congela

José Manuel Bermúdez, alcalde de Santa Cruz.
En el vacío sideral que separa las estrellas y los planetas, existe una temperatura cercana al cero absoluto: menos doscientos setenta grados. Sólo hay otro lugar en el Universo próximo donde es posible encontrar situaciones tan extremas: en el Parlamento Congelado de Canarias donde el desplome del termómetro es de tal magnitud que haría imposible la supervivencia de osos polares, pingüinos, marsopas y orcas. Solo los besugos de la Macaronesia, en uno de esos extraños milagros de la evolución, han sabido adaptarse.
Observando el espantoso frío polar que padecen sus señorías, señoríos y señoríes, y la entereza con la que hacen frente a los rigores del aire acondicionado, pertrechados con bufandas y abrigos varios, vienen a la memoria las estrictas limitaciones que puso el Gobierno Progre a todas las empresas y particulares, prohibiendo bajar excesivamente las temperaturas para evitar el gasto energético y luchar valientemente contra el cambio climático: sudar la gota gorda para salvar el planeta.
En la cámara de los loros, digo de los lores, de Canarias, no están concernidos por las normas que rigen para el resto de los mortales. Para empezar porque cobran dietas por ir a trabajar, que es un hecho insólito. Por eso pueden poner el frío artificial a todo trapo. Y por eso el diputado Bermúdez, emulando al protagonista de la novela de Le Carré, El hombre que volvió del frío, tiene que acudir a las sesiones envuelto en una bufanda y siete mantas sabandeñas. Porque lo que pasa ahí dentro, en el Parlamento, le congela a cualquiera las neuronas.
En la cámara legislativa canaria el calentamiento global es una coña marinera: lo que hay es un enfriamiento superlativo. No hay ninguna restricción al gasto energético porque los presupuestos se aprueban precisamente allí. Ni hay apuros para llegar a fin de mes. Ni problemas con que nadie sepa qué dietas cobra quién. Ni amenazas de okupas, porque hay vigilancia en la puerta. Ni restricciones presupuestarias, ni listas de espera…Ni nada. Especialmente nada. Por eso lo que se debate allí, dentro del frío, tiene a veces tan poco que ver con lo que se vive fuera.
Uno de los más antiguos diputados aborígenes, Casimiro Curbelo, ha decidido que lo que no se arregla dentro, mejor es forzarlo fuera. Y ha anunciado una manifestación para echarle presión al colapso del puerto de Los Cristianos, que ya no da más de sí. Ni de no. Curbelo sabe que donde realmente se gobierna Tenerife es en la calle. Una buena protesta ciudadana inclina más el ánimo de los políticos que la más brillante intervención parlamentaria. Que se lo digan a las horrendas torres que adornan la autopista del Sur. O al multimillonario acceso viario que se hizo para conectar el anillo insular con el puerto fantasma de Fonsalía, en paz descanse. El termómetro de la política en la isla está en la calle no en el Parlamento, que está bajo cero legislativo.
Lo del puerto de Los Cristianos es una bomba de relojería. Por esa infraestructura respiran las economías de las Islas Verdes que cada vez tienen más problemas de oxigenación. La única solución planteada hoy pasa por la ampliación de la zona de atraque y por el soterramiento de los tráficos de mercancías y supone poner patas arriba a la localidad turística durante muchos años. Polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga, decía Machado —el franquista— pero en versión excavadoras y nubes de tierra cayendo sobre las terrazas de los restaurantes.
Las obras pueden cargarse el turismo, el comercio, la restauración y la hostelería en Los Cristianos. Quienes saltaron de la sartén de Fonsalía van a terminar cayendo en las brasas de Arona. Que fría ironía. A media legislatura la calle se calienta y el Parlamento se congela.
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