Opinión | Sangre de drago
De protocolos litúrgicos

De protocolos litúrgicos
¿A qué llamamos protocolo? Los que saben de esto dicen que es el conjunto de reglas, o normas y costumbres establecidas para actos oficiales, para las ceremonias y las relaciones diplomáticas o sociales, con el fin de asegurar el orden, la cortesía y la correcta imagen de las partes involucradas. Es la institucionalización de la educación y el respeto. Y es bueno conocer estas normas y costumbres para actuar correctamente. También las celebraciones litúrgicas tienen ese marco normativo que hace que lo que ocurre en el rito responda a la verdad que confesamos. Esa expresión que se lee como “lex orandi, lex credendi” -lo que hacemos durante la oración es lo que confesamos en nuestra fe-.
Cuando saludamos, cómo lo hacemos, donde nos situamos, etc., es un lenguaje no verbal que enriquece nuestras relaciones interpersonales. La forma cómo comemos, donde nos sentamos, etc., son formas de respeto a las personas con las que compartimos la mesa y el tiempo. Pero, como todo lo humano, lo bueno injerido de manera exagerada y obsesiva produce cierto nivel de repugnancia. Tal vez viene bien la diferencia que dibuja Francisco cuando distingue entre la actuación con unción y la actuación untada. No es lo mismo y podemos perdernos tanto por defecto como por exceso. El protocolo no debe asfixiar las relaciones, sino estar a su servicio y mejorarlas dando posibilidad de sentido fraterno. Mucho más cuando estamos haciendo referencia al protocolo litúrgico en el que no podemos olvidar el lugar que ocupa en ello la palabra y la vida de Jesús.
La madre de los Cebedeos le pidió a Jesús que sus dos hijos se sentaran en su Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda. Una súplica protocolaria, sin duda. Y esta buena mujer, buscando lo mejor para los suyos, se despistó de a quién se estaba dirigiendo, que “(…) siendo Dios, se despojó de su rango, tomando actitudes de siervo” (Fil. 2, 6). Es más; él mismo lo había indicado: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28). Por eso decían de él que vivió siendo el último de todos y el servidor de todos. Ese es el adecuado lugar protocolario del Evangelio. Porque “(…) el que quiera ser primero, sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Porque “el que quiera ganar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la salvará” (Mt 16, 25).
¿Cómo vestirnos de cofrades esta Semana Santa, escuchar estas palabras de Jesús, y buscar un puesto destacado en la fila? Protocolo sí; pero con unción y actitud fraterna. Aparecer untados desagrada a la vista.
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