Opinión | Venga, circule
Vosotros, ustedes

Vosotros, ustedes / Vostoky
Es un cuento breve, muy breve, brevísimo incluso y sin moraleja. O sí, no lo sé, no lo tengo claro. Conozco a una pareja de madrileños -el origen es importante en este contexto, pienso- que se mudó a la isla porque uno de los dos consiguió una plaza fija en un centro educativo en el norte de Gran Canaria. No tenemos suficientes profesores, hemos de importarlos. Cuando oyes a adolescentes afirmar muy seguros de sí mismos que su dialecto es cuasi tercermundista finges sorpresa, finges no saber de dónde viene esa idea. ¿Tercermundista por qué, por aspirar las -s, sesear y usar el ustedes? Al parecer el uso del vosotros indica un nivel cultural superior en el hablante. En este archipiélago mío nunca dejará de sonar la musiquilla que precede a la entrada de los payasos en el circo. Crecer consiste en fingir todo el rato, supongo. Los hay que viven en un eterno estado de abrir mucho los ojos y llevarse una mano a la boca para tapársela por el shock. Giran sobre sí mismos, se lamentan «¿Cómo hemos llegado a esta situación?». Es la misma gente que luego organiza jornadas sobre la identidad canaria pero buscas a canarios y canarias en el panel de la sesión y no encuentras más que a gente incapaz de diferenciar un plátano de una banana. Hace muchos años de este cuento y la memoria es traicionera y comienza a fallar, no recuerdo si esa pareja había visitado alguna vez antes nuestras islas o no. Diría que no. Lo primero que hicieron cuando se mudaron fue empadronarse. Compartían conmigo su proceso de adaptación a «la selva», se tomaban a sí mismos por una pareja ingeniosa y cosmopolita, creían que me hacían gracia. El año pasado se compraron una casa terrera en Agaete. «En Madrid por este mismo dinero sería imposible» me dijeron, yo asentí porque qué otra cosa se puede hacer ante la verdad. No tienen familia en las islas, por lo que viajan mucho a su ciudad natal porque gracias a haberse empadronado ahora además de ser madrileños ahora son también residentes. De todos los status del mundo el de residente es el que más curiosidad me genera y más atención me llama. Alguien que lleva un mes viviendo en la misma isla en la que yo he vivido durante más de treinta años puede acogerse a la subvención del 75% sobre el precio original de unos billetes de avión. Yo no. Al mismo tiempo que ellos se mudaban acá, una amiga mía encontró trabajo en Madrid y para allá que se fue a vivir. El sueldo no era nada del otro mundo y pasó de vivir sola en el paseo de Tomás Morales a compartir piso con tres personas más en un barrio no muy estéticamente recomendable dentro de la M30. Sus padres eran ya mayores y no tenía hermanos, para poder visitarlos a menudo retrasó todo lo posible empadronarse en el sitio al que se mudó. Una mañana se rompió un brazo de la forma más ridícula posible -se tropezó en una acera y cayó mal sobre su brazo- y descubrió que a pesar de que en el centro de salud que le correspondía por proximidad podrían tratarla en urgencias, para el tema de su brazo necesitaba seguimiento con varios especialistas a los que solo podía acceder si se empadronaba allí. Dejó de ser «residente», perdió el acceso a la subvención y comenzó a espaciar sus visitas a los padres y amigos que había dejado en la isla. Ya no iba cada mes y medio, ahora iba cada tres, luego cada cuatro, al final le perdimos un poco la pista. Como decía al principio, no existe conclusión ni moraleja al final del cuento, yo también me fui de las islas por trabajo y yo también tuve que empadronarme fuera para poder tener un médico de cabecera. Vuelvo cada vez que puedo permitírmelo aunque siempre son menos veces de las que querría. Sin embargo, hace muy poco descubrí que la multa por estar empadronado en un lugar en el que no se reside puede ir de los 30 a los 150 euros en función del número de habitantes del municipio y me pareció asumible si lo comparamos con el precio de unos billetes de avión desde las islas a la península o viceversa sin la subvención. Lo mire como lo mire no termino de verle la lógica.
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