Opinión | El recorte
Los culpables de la culpa

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / A. Pérez Meca - Europa Press
El mejor amigo del ser humano no es el perro sino el chivo expiatorio. El consuelo favorito de la sociedad para enfrentarse al fracaso, a las catástrofes o a sus propios errores, es elegir una víctima propiciatoria sobre la que arrojar todas las culpas.
El ejemplo más reciente lo tenemos en el presidente de Valencia, del PP, Carlos Mazón. Mientras una espantosa riada se llevaba por delante dos centenares de vidas en varios pueblos de su comunidad, el hombre estaba en Belén con las pastoras, disfrutando de una larga comida sobre la que se han sugerido deleznables, vergonzantes y nunca concretadas acusaciones, teniendo en cuenta que la otra comensal era una mujer periodista: pero ojo, no es machismo, porque ambos son de derechas. Según algunos afirman si Mazón hubiera estado al frente del comité de crisis, como Moisés ante el Mar Rojo, las aguas de la riada se habrían detenido milagrosamente y habríamos salvados dos centenares de vidas. Si no se salvaron, por tanto, es porque estaba enredado en un yrioche de chocolate con fresa. Pero me temo que no. Que las muertes habrían sido las mismas. Pero qué más da la materia en los dramas del alma. Las víctimas sienten rabia y dolor. Y el colosal despiste del presidente y su ausencia bastan y sobran para subirle hasta la piedra del altar de los sacrificios.
Este principio es universal y opera con independencia de las ideologías, aunque los partidos se aprovechen, por turnos, cuando le toca al contrario. La gestión del último gobierno de Aznar le había consolidado con mayoría en las encuestas, pero un atroz atentado terrorista, cometido por extremistas islámicos el 11 de marzo de 2004, solo tres días antes de la jornada electoral, lo cambió todo. No fueron los errores de comunicación del Gobierno lo que produjo un vuelco electoral, fue la rabia de la opinión publicada, que necesitaban expresarse de alguna manera.Y esa manera fue castigar al PP que gobernaba y entregarle el Gobierno al PSOE de Zapatero. Un zasca electoral memorable que Rajoy encajó en el mismo estoicismo del puñetazo que le hizo volar las gafas de la cara en Pontevedra .
Luego, andados unos pocos años, la evanescente incompetencia de Zapatero tampoco fue la única causante de su derrota electoral en 2011, sino el impacto de una crisis internacional, de la que no tuvo nunca ni arte ni parte, excepto la terca tardanza a la hora de reconocerla. La pobreza sobrevenida necesitaba otra vez alguna cabeza que arrojar a las llamas y fue la del presidente del Clan de la Ceja.
La era digital no ha cambiado la sicología profunda de las masas. Solo ha acelerado los procesos. Cuando ocurre algo extraordinariamente malo, que de alguna manera afecta a todos y sería por tanto responsabilidad de todos, la tentación de buscar un culpable ajeno es irresistible. Lo del secular chivo expiatorio. Santa Ana, un famoso y polémico caudillo mejicano, lo resumió hace dos siglos con unas palabras muy sensatas: “cuándo aprenderán los mejicanos que si este barco se hundió no fue sólo por los errores del timonel sino por la desidia y la torpeza de los remeros” (Enrique Serna “El seductor de la patria”).
Esto que en España llamamos Sanchismo, un convulso periodo político protagonizado por el actual presidente del Gobierno, está viviendo su fin de ciclo. La poderosa y ecléctica personalidad de Pedro Sánchez ha transformado el socialismo español y ha radicalizado la vida política doméstica hasta extremos inconcebibles: como un eco de lo que está pasando en el mundo, donde las cosas no andan mejor. Cuando haga mutis por el foro, de los juzgados o de las urnas, muchos que hoy le defienden le negarán más de tres veces.
Cargarán sobre su polémico legado, plagado de personajes que han roto las reglas de la democracia, todos los errores de un periodo que ha empobrecido al país y escandalizado a la sociedad. Será otro chivo expiatorio para consolarnos de la recesión y los recortes que necesariamente están por llegar al país de la irresponsabilidad. Pero para ese entonces será solo un consuelo. La culpa, como bien dijo Santa Ana, es de todos los remeros.
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