Opinión | Maldita guerra
Carne de cañón ruso y ucraniano

Joan Estévez, conocido como Espinosa, mercenario español en ucrania
La entrevista de Mario Saavedra a un mercenario catalán al servicio de Ucrania, Joan Estévez, publicada en EL DIA el 8 de abril, no tiene desperdicio. La recomiendo, salvo que no quieras que se te pongan los pelos de punta.
Las vivencias que relata Joan Estévez me han hecho retroceder a 1983 en que visité Ucrania cuando pertenecía a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), oficialmente un estado comunista federal que gobernó con mano de hierro de 1922 a 1991. Sucedió que un día que conversaba con mi amigo y vicepresidente del Gobierno de Canarias, Juan Alberto Martín, ambos militando en el PSOE, intrigados por conocer la realidad de Rusia y de su Partido Comunista, decidimos un viaje turístico vacacional a la URSS de Yuri Andropov.
Volamos a Kiev vía París en un avión ruso, y al llegar al aeropuerto pasamos por unas cabinas fronterizas forradas de espejos donde permanecimos un rato que se hizo largo, supuse que mientras nos investigaban con una buena ráfaga de fotos.
La belleza de Kiev me sorprendió gratamente. Su enorme pobreza me estremeció. Las visitas turísticas estaban muy controladas, pero no por ello dejé de observar frente al hotel una cola de gente esperando para beber agua de una fuente pública que disponía de una única jarra al uso de todos. Cuando intenté preguntarle al guía por la cola se encogió de hombros, y, con un peculiar castellano aprendido en Cuba, me advirtió que solo podía hablar de turismo.
Recuerdo muy bien la altura de la gente de Kiev, la belleza y elegancia natural de sus mujeres, y los espectáculos deportivos y musicales de llamativo colorido a los que nos llevaron en autobús. Transitar por nuestra cuenta no fue posible.
Luego volamos a Moscú, San Petersburgo y los países bálticos, Letonia, Estonia y Lituania. Nada que objetar a la hermosura de todo y de sus museos, incluida la curiosa visita a Lenin en la moscovita Plaza Roja. Pero en mi retina quedó la sensación de pobreza de los edificios de viviendas, todos iguales, la mirada triste en general de los rusos, ni un bar ni una cafetería en las calles, salvo en los hoteles, vetados a la población rusa. El joven guía de Moscú, Yuri, muy amable, al bajar del autobús nos despedía humildemente en la puerta del hotel sin penetrar en él.
Con motivo del atentado a un avión, a la vuelta nos desviaron por Helsinki, donde dormimos varias noches, con lo que tuve tiempo para meditar sobre lo que había visto, pobreza y tristeza en el ruso de a pie, algún centro comercial con las estanterías casi vacías, y enormes coches negros blindados a toda velocidad, al parecer con dirigentes que alguien dijo que vivían en las mismas mansiones y palacios en otro tiempo pertenecientes a la exterminada aristocracia. Decepcionado, pensaba en los niños huérfanos de republicanos españoles que en la Guerra Civil fueron exiliados de por vida a Rusia.
Y digo esto porque me ha impactado la entrevista a Joan Estévez, que, tras la invasión de Rusia a Ucrania, pasó seis meses en la primera mitad de 2023 como francotirador, con rango de sargento primero, matando unos 12 a 16 soldados rusos en el frente del Donbás, no sintiendo al disparar otra cosa que el golpe de la culata contra su cuerpo, habiendo visto la muerte muy de cerca mientras soldados rusos asaltaban su posición, quedando para siempre en su memoria el instante en que «yo disparo y veo caer al enemigo; luego, por la noche, cuando pienso en los compañeros caídos, viene el batacazo, los traumas y el estrés».
En plena refriega, al mismo tiempo que dispara, graba para su familia y su hijo un mensaje de despedida en su teléfono móvil: «Los quiero». Añade que hay corrupción: «parte del material que llega desaparece y lo veo luego en los mercadillos de Kiev, de tal forma que los propios soldados lo compran para llevárselo al frente». Considera que Ucrania usa como carne de cañón a soldados extranjeros, y si bien su sueldo inicial era de 3.000 a 3.500 euros al mes, luego fue bajando. Cuanto más riesgo, más se gana, con lo que soldados sobornan al comandante para que los sitúe en primera línea.
Joan Estévez no piensa continuar trabajando como mercenario. Divorciado, quiere volver con su hijo, al que no sabe cómo le va a contar lo vivido, si bien se considera un profesional que fue a ayudar a Ucrania al ser invadida injustificadamente.
Maldita guerra, carne de cañón de inocentes jóvenes rusos y ucranianos.
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