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Gemma Martínez
Cuando opositar es «sexy»

Funcionarios de la Agencia Tributaria. / Oscar Cañas - Europa Press
Cada vez más españoles llevan el funcionariado en la sangre, igual que varios protagonistas de «Oposición», la última novela de Sara Mesa, un magnífico retrato de la burocracia contemporánea. Mientras las ofertas de empleo público se suceden, siete de cada diez españoles dejarían un trabajo privado por una plaza en el sector público y uno de cada dos cree que opositar es más atractivo ahora que hace diez años. La propensión al cambio es más alta en las mujeres que en los hombres y en unas autonomías más que en otras (País Vasco frente a Madrid), según el informe «Estado del Malestar: El giro laboral hacia el sector público», presentado la semana pasada.
La preferencia por la Administración se acentúa entre los jóvenes y no es vocacional, sino que responde a la necesidad de buscar unas condiciones que no siempre encuentran en el mercado laboral privado: un empleo estable, con un sueldo que les permita la emancipación y con un horario no tan extenso que impida la conciliación familiar.
El giro hacia el sector público en este segmento de edad obliga a reflexionar tanto a las empresas como a las administraciones. Las compañías necesitan atraer talento joven y ganar atractivo frente al funcionariado, con sueldos competitivos, condiciones laborales flexibles y planes de carrera claros, meritocráticos y personalizados. También deben analizar si los valores de su cultura corporativa coinciden con los de las nuevas generaciones, más partidarias de la responsabilidad social corporativa real que del greenwashing. Si no, difícilmente tendrán sentido de pertenencia.
Las administraciones, por su parte, deben modernizarse, ganar en eficiencia y perder en burocracia, a la vez que afrontan el relevo generacional de los funcionarios. El acceso al sector público ha de ser por competencias y méritos, igual que, después, la formación tiene que ser continua y el desempeño, evaluado. Todo con tal de que la Administración no se convierta en una acumulación de voluntades inmovilistas y conformistas, con jornadas improductivas y llenas de tiempos muertos incompatibles con un servicio al ciudadano de calidad. Solo así conseguirán que el parecido entre la realidad y la novela de Sara Mesa no sea tan razonable.
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