Opinión | El recorte

La burbuja feliz

Los hogares españoles han sobrevivido a duras penas a los estragos y el empobrecimiento causado por una inflación disparatada –generada por nuestros propios gobiernos– y un aumento sin precedentes de la presión fiscal

Montero

Montero / ED

En el caso de las personas, si gastan mas calorías de las que comen suelen terminar adelgazando. De ahí el suplicio de las dietas hipocalóricas, que te ponen a correr dos horas diarias y a comer dos lechugas y media zanahoria para acabar al cabo de un tiempo flaco como un guirre.

España es distinta. Cuanto más dinero gasta, más gorda se pone, porque sube los impuestos, que es el equivalente país a comer más. Y porque los gobiernos pueden inyectarse calorías huecas a través de la deuda pública, que es el dinero a crédito que piden hoy para que lo paguen los idiotas que vivan en este país el día de mañana. ¿Y si somos los mismos? Pues eso: los idiotas.

Hay políticos que presumen de lo bien que va la economía española. Nuestro país es uno de los que más ha crecido después de la pandemia. Lo que no dicen es que ese desarrollo está bichado porque lo que realmente ha aumentado es el gasto del sector público, que ha aportado más de la mitad del crecimiento del PIB. Y que España está creciendo dopada –en dos puntos y medio– con fondos prestados por la Unión Europea.

Durante estos años pasados hemos vivido momentos dulces para nuestro gobierno. Primero porque han llegado esas grandes paletadas de dinero de Europa; miles de millones de euros que algún día habrá que pagar, pero no hoy. Además, la inflación disparó a cifras récord la recaudación fiscal. Y a todo eso hay que sumarle, además, las diferentes subidas fiscales y los nuevos impuestos verdes que nos han cascado para salvar el planeta: el misterioso enlazamiento cuántico entre pagar tres veces el costo real de un litro de gasolina con la salvación de las crías del oso Yogui.

Pero a pesar de haber llenado la caja hasta que les ha salido la pasta por las orejas (casi 300.000 millones trincaron el año pasado) no hay nada imposible para la partitocracia reinante: el año pasado España volvió a gastar por encima de sus ingresos. Y si las cifras de la deuda, a día de hoy, no han estallado y no ha reventado el sistema piramidal de pensiones, al borde del petardazo, es porque el mundo ha vivido momentos de bonanza económica. Y eso, como ya sabemos, se ha terminado, así que más vale que vayan ustedes apretándose los machos.

Animado por los resultados de la tracción pública sobre la economía, el Gobierno Peninsular ejecutó nuevas subidas fiscales para este año, con un aumento de la presión sobre las rentas altas y medias. Quieren hacer caja sea como sea. No se escapan ni los que cobran el nuevo Salario Mínimo, aunque este año les hagan, excepcionalmente, un paripé de subvención. Se inventan nuevos impuestos y tasas sobre actividades económicas, castigan las rentas del ahorro y, para ayudar, con la guerra de los aranceles, en pocos meses se va a disparar el precio de los combustibles y la energía.

A pesar de lo que oigan cacarear, el sector público está más orondo que nunca. El número de empleados de las administraciones ha crecido en medio millón de personas en apenas cinco años. Han creado uno de cada cuatro nuevos empleos. Y los salarios públicos han aumentado en este último quinquenio muy por encima de lo que han crecido los sueldos en el sector privado: la remuneración total de los asalariados públicos en las distintas administraciones atravesó la barrera de los 170.000 millones de euros el año pasado.

Todo va bien para quienes habitan en el bienestar de la confortable burbuja del Estado. Pero los hogares españoles han sobrevivido a duras penas a los estragos y el empobrecimiento causado por una inflación disparatada –generada por nuestros propios gobiernos– y un aumento sin precedentes de la presión fiscal. Ahora, sin que se hayan terminado de recuperar, viene otra sacudida. Los pastores siguen cortando lana como si no pasara nada, pero se van a quedar sin ovejas.

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