Opinión | RETIRO LO ESCRITO
Silencio
Prefiero una derecha explícita, brutal y testicular que haga lo mismo, pero sin esa hedionda hipocresía de la que está haciendo gala un partido dizque socialdemócrata

Archivo - Una lancha de Salvamento Marítimo tras el rescate de un cayuco a su llegada al Puerto de la Restinga, a 30 de noviembre de 2024, en El Hierro, Santa Cruz de Tenerife, Tenerife, Canarias (España). / Antonio Sempere - Europa Press - Archivo
Ya han pasado tres días. Y por supuesto el delegado del Gobierno en Canarias, Anselmo Pestana, sigue escondidito bajo la mesa y aguantando la respiración. Como cuando ocurría lo del muelle de Arguineguín, una época en la que sospecho que el señor delegado se pintó del mismo color que las paredes de su despacho para pasar todavía más desapercibido. Ninguna explicación aquí, en Canarias, sobre la negativa a tramitar las solicitudes de asilo de los migrantes menores no acompañados por los servicios del Gobierno español. El Tribunal Supremo ha dictado medidas cautelares que obligan a las autoridades estatales a gestionar este derecho de los menores, en reactivar los procesos administrativos.
Pero nadie mueve un papel y esa parálisis se acompaña de un silencio exquisito. ¿Dónde está la voz insobornable de Nira Fierro defendiendo los derechos de los menores, ese látigo moral, esa conciencia siempre en marcha, una guardiana de las esencias éticas del sanchismo metropolitano? ¿Cómo es que hasta este momento no ha grabado nada en Tik Tok, dando saltitos por la calle, lanzando ironías como dardos a la derecha xenófoba del Partido Popular? Ah, que el PP no dirige el Ministerio del Interior. También es mala suerte.
¿Y el resto de los diputados socialistas en la asamblea legislativa canaria? ¿Alguno levanta la voz ante un Gobierno que trata a los menores como parias sin que le tiemble el pulso, que incumple no solo con la legislación española, sino con tratados internacionales, y lo está haciendo aquí, ante nuestras mismas narices, con una miserable falta de vergüenza? De acuerdo, la señora Fierro no. Está demasiado preocupada por demostrar diariamente una obediencia lacayuna a los mandamases de Ferraz y seguir en la pomada perfumadita para siempre. Es tan largo el amor al poder y tan corto el olvido de los principios. Pero, ¿y los demás?
En el grupo parlamentario socialista se encuentran hombres y mujeres inteligentes, decentes, sensibles. ¿Ni media palabra, ni un suspiro, ni un recordatorio? ¿Y en el Congreso de los Diputados? ¿Alguno elevará una pregunta al Gobierno? ¿O esperan que, cuando no haya más remedio, el Gobierno se las redacte y se las remita para intentar tapar esta vergüenza indecorosa y ruin? Se está vulnerando un derecho humano básico sobre el cual existe un consenso universal: el derecho de asilo. No lo está haciendo Vladimir Putin ni Donald Trump, sino Pedro Sánchez. El que no denuncia esta indecencia se convierte automáticamente en cómplice de la misma.
Tal vez algún lector crea que exagero. Pero es que el cinismo de esta peña ya me resulta insoportable. Prefiero una derecha explícita, brutal y testicular que haga lo mismo, pero sin esa hedionda hipocresía de la que está haciendo gala un partido dizque socialdemócrata. Una hipocresía que se ejerce, además, con actitudes chulescas, ensoberbecidas, displicentes en el mejor de los casos. Un ejemplo magnífico lo encuentras en las supuestas disculpas que María Jesús Montero pronunció por la infecta perorata mitinera en la que mostró su desprecio hacia la presunción de inocencia. «Si se desprende de la literalidad de lo que he dicho eso que usted dice no tengo problemas en pedir disculpas». Va a ser interesante, muy interesante, seguirle la pista a esta gente cuando pierdan el poder. Averiguar dónde se meten. Recordarles sus preguntas y, sobre todo, sus respuestas.
Veinticuatro horas antes de que acabe el plazo estipulado por el Supremo para el cumplimiento de las medidas cautelares el Ministerio del Interior –o cualquier otra covachuela burocrática– interpondrán un recurso más o menos admisible. Y ganarán así un poquito más de tiempo –entre algunas semanas y varios meses– para encontrar otro mecanismo para seguir incumpliendo la ley y encarnar con una dolorosa sonrisa el Bien en su combate contra el Mal.
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