Opinión | EL TRASLUZ
Cortocircuitos emocionales

Archivo - Imagen de archivo de una bombilla. / EUROPA PRESS - Archivo
Si la luz no se enciende cuando le das al interruptor, algo raro sucede. Esto es lo que le ocurrió a un amigo que volvía a casa de madrugada: que la luz del recibidor no se le encendió. Como iba un poco cargado (había estado bebiendo toda la noche), intentó razonar con el interruptor, que no le hizo caso, y luego con la lámpara, que permaneció impasible también.
El hombre, abatido, se sentó en el suelo, completamente a oscuras, y pensó que los objetos y la electricidad nos decepcionan tanto o más que las personas. En el caso que nos ocupa, aún no sabía si el problema era de la compañía eléctrica o de la bombilla. Prefirió que la responsabilidad fuera de la suministradora, pues le tenía a la bombilla un cariño explicable, ya que la había rescatado de la casa de sus padres cuando estos murieron. “Mientras funcione”, juró entonces a sus progenitores muertos, “seguiréis vivos en mi alma”. Y así era: cada que vez que encendía o apagaba aquella lámpara, tenía un recuerdo para ellos. La promesa era absurda, pero la mayoría de las ofrendas íntimas lo son. Un viudo muy conocido contaba en la tele que frente al féretro de su mujer prometió que cada vez que calentara en el horno una pizza precocinada (a las que los dos eran muy aficionados) rezaría una oración por ella. Lo hizo así durante seis meses y luego olvidó la promesa o comenzó a practicarla de forma aleatoria. Entonces, se le apareció en sueños la difunta y le dijo que ya estaba listo para comenzar otra relación amorosa. Y así lo hizo. Los vivos disparatamos mucho, pero los muertos no se quedan atrás.
El caso es que mi amigo, el del interruptor de la luz, tras reponerse de la decepción sufrida en el vestíbulo, se internó en el interior de la vivienda y comprobó con alivio que no llegaba la electricidad a ninguna de las habitaciones. Los congelados de la nevera, de hecho, habían empezado a ablandarse. Animado por están comprobación, y después de asegurarse de que el fallo tampoco era de la compañía, llamó a un técnico que, tras estudiar la instalación, dedujo que el problema lo ocasionaba precisamente la bombilla del recibidor, cuyo encendido causaba un cortocircuito que hacía saltar el diferencial de toda la vivienda.
Cambió la bombilla y dice que no ha vuelto a pensar en sus padres cada vez que enciende la nueva, pero lo cierto es que no deja de contar la historia a todo el mundo.
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