Opinión | En el camino de la historia

Cuando la democracia se esconde

La democracia se muere de una progresiva arteriosclerosis institucional instaurada desde dentro y sin un tratamiento eficaz

Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados.

Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados. / EP

Entendemos por democracia deliberativa un sistema de organización del Estado, como enfatiza el filósofo y sociólogo, Jurgen Habermas, «donde las voluntades políticas se forman mediante la discusión libre, abierta y permanente entre todos los participantes con el diálogo político en igualdad de condiciones y reconociendo la pluralidad donde diversas voces y perspectivas sean consideradas en el proceso de decisiones».

Cuando esto no es así y, a pesar de tener un sistema parlamentario se amparan en decretos leyes eludiendo el debate por esta o aquella consideración o estrategia desdibujando la acción política, a la democracia se le esconde, devaluándola, no por sí sola como si fuera una excepción, sino empujada por los errores, por los miedos donde el poder es lo que sobresale por encima de todo y no se puede perder aunque sea a costa de aceptar lo más imprevisible.

Y si nos trasladamos a ámbitos donde la fuerza impera y el que más la ejerce es el que se cree en la legitimidad que le dio el poder formando parte de un proyecto que consiste en sustituir el gobierno tradicional por una tecnocracia digitalizada, tal como manifiesta J. Habermas, con el fin de abolir la política con la ausencia del parlamentarismo, convirtiendo esta en un mero proceso de gestión empresarial controlado por nuevas tecnologías, la democracia se muere de una progresiva arteriosclerosis institucional instaurada desde dentro y sin un tratamiento eficaz, al menos por ahora.

Por su parte, Gilles Lipovetsky, en La era del vacío- Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, mantiene que a todas las generaciones que han deambulado por la democracia le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento. Y en este escenario de incertidumbre aparece la figura de Narciso como la predominante y como uno de los temas centrales de la cultura americana, especialmente en lo concerniente a la vertiente política donde el mandatario norteamericano junto a sus colaboradores están enamorados de sí mismos viéndose reflejados en las aguas cristalinas del río donde se contempla el personaje mitológico como imprescindibles, los mejores, los más ricos, los superinteligentes que no se cansan de mirarse tras las cortinas del espectáculo donde los que no sean así están condenados al ostracismo.

Cayendo en el olvido, quizás, que aquellos que creían ser como Narciso fue tanto el enamoramiento de sí mismo que terminó ahogado en las aguas que reflejaban su cuerpo con las que intentó confundirse arrojándose a ellas, ignorando que en aquel momento lo que sobresalía era una turbulencia que terminó con sus ansias de poder.

El narcisismo dentro de la acción política según nuestro recordado maestro, el psiquiatra Carlos Castilla del Pino, surge de la deserción de los valores y las instituciones provocada por una sociedad sin anclajes y sometida a un proceso de personalización que hace se abandonen los grandes sistemas, incluido el democrático, al que se le esconde en un escenario cambiante, donde «lo de hoy no tendrá nada que ver con las decisiones que se tomen mañana».

Por tal motivo, los que llenos de orgullo y poder pretenden ser protagonistas de sí mismos en cualquier parte del mundo, en cualquier asunto del mundo son hasta capaces de cuestionar o violentar apartándose de un orden que pondría ser el disciplinario pero por el cruce de una lógica social individualizada los contratos y las propuestas no se discuten sino entre unos pocos que ocasiona que la democracia languidezca escondiéndola en tramoyas rocambolescas perdiendo su sentido, teniendo como premisa fundamental, «si favorecen a su país salvándolo de las fuerzas del mal, no violan ninguna ley».

Y en esas estamos.

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