Opinión | El recorte

Teléfono rojo, volamos hacia Moscú

El presidente ruso, Vladímir Putin, durante un foro de tecnología en Moscú.

El presidente ruso, Vladímir Putin, durante un foro de tecnología en Moscú. / PAVEL BEDNYAKOV / AP

Mientras el Gobierno Peninsular pierde sus nobles nalgas impulsando con dinero de la Unión Europea la obtención de minerales estratégicos que se encuentran en Andalucía, Extremadura, Galicia y Castilla-La Mancha —tales como litio, wolframio, cobre, cobalto o níquel— en las Ínsulas Desbaratadas de Canarias hemos decidido que las tierras raras que se encuentran en Fuerteventura seguirán siendo tan raras como nosotros. Y que no las va a tocar ni dios.

Y como de dos que hacen cosas contrapuestas uno está equivocado, serán los godos los que yerran. Porque nosotros no puede ser. Aquí somos como somos y si te gusta bien y si no también. Capaces de impedir una ciudad del cine porque está a medio kilómetro de unos huevos de pardela. O quemar la maquinaria de una empresa porque anda removiendo piedras cerca de los restos de unas lapas que se comieron los guanches antes de ser pasados por la piedra de los castellanos. O defender con uñas y dientes que las prospecciones en los fondos marinos cercanos a las islas las hagan los marroquíes, que carecen de sensibilidad medioambiental y les importa un higo todo excepto el petróleo, el telurio, el cus cus y la pasta.

En fin. En esta Arcadia feliz, donde nadie tiene un duro pero se están firmando más hipotecas que nunca para comprar casas, estamos viviendo una ola de bonanza económica. La facturación de nuestro principal negocio, el turismo, está que lo peta. Veintidós mil millones nos contemplan. Ahí es nada. Por supuesto que seguimos hablando de diversificación y tal y tal. Y de hecho nos hemos diversificado muchísimo. Nos llevamos el tomate a Marruecos. Y los rendimientos del plátano a Madrid. Y gracias a Peninsulandia, que ha blindado el Mediterráneo, nos hemos convertido en la gran meca de la migración irregular africana provocando una eclosión de las ONG en las islas.

El problema es que la música se va a parar y nos va a coger muy lejos de la silla. Soplan vendavales de incertidumbre en el mundo y en la Unión Europea están como un flan. Los líderes de la parranda de Bruselas están acongojados con Trump y sus extrañas relaciones con ese sangriento autócrata llamado Putin. El secretario de Defensa de la UE, Andrius Kubilus, dijo el otro día que la inteligencia alemana prevé a medio plazo un posible ataque de Rusia a un país de la OTAN. Y la Comisión, esta pasada semana, ha lanzado una recomendación a todos los ciudadanos para que tengan en sus domicilios una provisión de agua, comida, baterías y medicamentos para “resistir” durante setenta y dos horas. Si lo que quieren es atemorizar al personal lo están bordando.

Antes de guisar un pulpo lo tienes que ablandar a hostias: o sea, que no se puede descartar que nos estén preparando para sacarnos aún más la manteca fiscal. Lo mismo que hicieron tan bien con el coronavirus, pero en plan trinchera y bayoneta calada. Aunque la sangre no llegue al río —o sea, a los tiros— lo que sí parece seguro es que va a llegar una glaciación comercial sin precedentes. La agresiva política aduanera de los Estados Unidos está provocando reacciones en cascada en Europa, Canadá y China, entre otras víctimas. Y eso, traducido al cristiano, significa que el petróleo se va a disparar, que va a subir el precio de los bienes primarios de consumo y que viene una crisis que nos va a comer por las patas. Y que encima va a afectar mucho más a los países netamente importadores, como el nuestro macarronésico y ultraperrofláutico.

Con un Gobierno Peninsular incapaz de aprobar unos nuevos presupuestos, secuestrado por sus extorsionadores catalanes y con la financiación de Canarias más tiesa que una mojama, no sé ustedes pero yo en los suministros que aconseja la UE compraría mucha tila.

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