Opinión | Amalgama
Las patologías del progresismo

Juan Carlos Monedero. / EPE
De todos son conocidas actitudes canónicas de los representantes más genuinos de la izquierda radical, un Íñigo Errejón que supuestamente practica el sadomaso con las mujeres sin permiso, un Juan Carlos Monedero que supuestamente practica el asalto sexual con sus alumnas, o un Pablo Iglesias que es famoso por su expresión de azotar a una dama hasta que sangre, hablando de una contrincante periodista, o un «vente conmigo al baño» dirigido lascivamente a compañeras o alumnas de clase. Estas actitudes califican de forma general a una elite de izquierda que va en correlato con la afición de los machos socialistas a la prostitución y la cocaína en bastantes casos más de los que podrían ser puntuales.
Dicho esto, y sin entrar en política, que es un campo muy de andar por casa, vayamos a una interpretación psicoanalítica del tema, basándonos en autores de prestigio sobre los comportamientos humanos radicados en la sexualidad. Las contradicciones entre discurso y conducta privada revelan dinámicas psicoanalíticas profundas.
Analizando los ejemplos mencionados, el caso del político que, supuestamente, practica el sadomaso sin consentimiento, es un comportamiento que representa una manifestación clásica de inversión del discurso (mientras públicamente defiende políticas de apertura cultural y respeto a la alteridad, privadamente ejerce control no consensuado), de represión de impulsos de dominación en el ámbito político-discursivo que retorna como conducta sexual transgresora (en un análisis freudiano), y, en perspectiva marcusiana, la desublimación represiva opera permitiendo transgredir en lo privado mientras se mantiene un discurso público «progresista».
En el caso del Académico-Político y las estudiantes, su patrón comportamental revelaría una estructura de poder encubierta (la defensa teórica de la disolución de jerarquías coexiste con el ejercicio de poder asimétrico en relaciones personales); en un análisis wilhelmreichiano, la energía libidinal no canalizada en transformación social se desvía hacia la dominación sexual en entornos privados; y desde Jung, representaría la Sombra no integrada que retorna en las relaciones con aquellos que deberían ser protegidos idealmente.
El caso de la violencia verbal sexualizada por el exvicepresidente del primer gobierno socialista, la expresión violenta hacia una adversaria política tendría su explicación en un cuadro de masoquismo-sadismo freudiano (la culpa por deseos agresivos reprimidos encuentra salida a través de fantasías sádicas verbalizadas), mientras que en un análisis erichfrommiano habría una evidencia de «orientación explotadora» oculta bajo un discurso de emancipación social. Y en una visión wilhelmreichiana se demostraría cómo la coraza caracterológica puede albergar simultáneamente un discurso progresista y fantasías de dominación violenta.
Todos estos casos tendrían un componente neurótico común, compartirían un patrón psicodinámico fundamental: A) el de la Escisión: separación radical entre el discurso público (progresista, antiautoritario) y la conducta privada (dominante, transgresora); B) el de la Proyección (atribución a adversarios políticos de los impulsos sádicos que no se reconocen en uno mismo); C) el de la Formación Reactiva (el exceso de celo en defender ciertas causas públicas funciona como compensación por los deseos contrarios no reconocidos); y D) el del Retorno de lo reprimido (los impulsos de dominación negados en el discurso político emergen en conductas privadas sexualizadas).
La génesis del Complejo Sádico-Masoquista Político puede localizarse en dinámicas tempranas del desarrollo psicosexual: en una fijación anal conflictiva (el período anal establece la dialéctica entre retención y expulsión, control y sumisión).
¿Resultado? Un complejo específico, el «Complejo de Edipo Cultural Invertido», en el que el padre simbólico (cultura occidental tradicional) es simultáneamente internalizado como superyó cultural severo, atacado públicamente como opresivo, imitado inconscientemente en conductas privadas. La madre simbólica (las mujeres/lo femenino/la naturaleza) es idealizada en el discurso público como víctima a proteger, es agredida en privado como objeto de dominación, y es utilizada como escudo moral para ocultar impulsos sádicos. Pero es más, la sociedad de origen es posicionada como una entidad paterna culpable que merece castigo, una estructura a disolver para expiar culpas históricas, y un espacio donde manifestar agresión bajo apariencia de virtud.
Toda esta constelación psíquica terminará autodestruyendo la sociedad en la que han nacido estos personajes neuróticos, y ejerciendo finalmente dos grietas más en el aparato psíquico patologizado: a) Posición de sumisión: la actitud de autohumillación cultural refleja una posición de sumisión sexual sublimada; b) Fantasía de penetración: el discurso sobre «fronteras abiertas» contiene simbolismo sexual inconsciente de penetración sin límites; c) Goce en la transgresión: existe un goce (en sentido lacaniano) en la transgresión de los límites culturales propios que tiene estructura sexual; y d) Castración simbólica: la renuncia a defender la propia identidad cultural opera como una forma de castración simbólica autoimpuesta.
Y así vamos, en manos de unos sujetos neuróticos cuya patología tiene como síntoma la autodestrucción de la sociedad en la que convivimos los demás con ellos.
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