Opinión | Aquí una opinión
La mosca de la paz

Ejemplar de mosca verde / Efe
Me encuentro a solas, en la sala de espera de una cita médica odontológica. Ya saben, mínimo 45 minutos… y, por la hora, debo de ser la última paciente del día.
El amplio espacio asoma a un balcón con plantas y flores que se mantiene abierto por la agradable climatología de la mañana.
De pronto, entra volando una mosca. Una de esas criaturas pequeñas que tanto abundan en esta ciudad, donde son felices saboreando y oliendo los restos de basura que sus habitantes desparramamos por doquier, con incívica tozudez.
No se posa en ningún sitio sino que, por un momento, alardea delante de mí de la ligereza de su vuelo. Yo no hago nada por espantarla, en realidad admiro a estos pequeñines que leí, son capaces de caminar boca abajo (ya quisiéramos nosotros) o de poseer un cerebro varias veces más rápido que el humano (aunque, conociéndonos, esto último tampoco es difícil de concebir).
Una vez debidamente comprobada la nula amenaza que significo, elige un espacio aéreo de un par de metros cuadrados y empieza a revolotear.
O, mejor dicho, comienza a bailar como si se creyese la Anna Pavlova de los dípteros. Moviendo esas funcionales alitas laterales que combina con las balancines posteriores, se eleva y desciende a velocidad, gira formando bellas curvaturas, sin salirse de ese espacio que toma como propio. A ratos despacio, como sintiéndose dentro de la atmósfera de una catedral, y el aire lo formasen partículas pesadas como las leyes del mundo, a ratos como si cayese en picado, contraviniendo sus propios principios de la gravedad, que, entiendo, hasta una mosca debe de tener.
El espectáculo hace que no pueda apartar la mirada y noto como si alrededor los muebles, las paredes, los objetos fuesen desapareciendo, o mejor dicho, se desvanecieran y aquel punto que salta, sube, baja y gira en el aire fuese lo único importante, ahora mismo, en mi desordenado universo. Me empecé a sentir a gusto, más ligera, sin ningún interés por pensar y hasta «oía» los latidos de su vuelo, que no les puedo explicar por lo difícil que es hacer entender, con palabras, ciertos sonidos o describir, algunos fragmentos de la vida propia, que carecen de traducción.
Espero no herir a ningún hipersensible pero después de esta experiencia, a esas listas de relajación con consejos sobre respiración profunda, masajes, meditación, aromaterapia y demás yo añadiría el vuelo de una mosca. O, por lo menos, de una de estas chiquitinas laboriosa y obstinada que no cesó en el empeño de danzar en su espacio elegido en la consulta de la odontóloga, durante tres cuarto de hora, para ofrecerme una hipnótica sesión de armonía y paz. Y que logró…
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