Opinión | Observatorio
Joan Cañete Bayle
La guerra contra el periodismo

La guerra contra el periodismo / El Día
La historia podría ser digna de Veep, la magnífica sátira política protagonizada por Julia Louis-Dreyfus, si no fuera porque es chusca: destacados miembros del equipo de Donald Trump abrieron un chat en Signal para discutir los planes de ataque a objetivos hutís en Yemen, grupo en el que incluyeron al periodista y director de The Atlantic, Jeffrey Goldberg. Mirado fríamente, «escándalo» es una palabra demasiado suave para definir lo sucedido. La reacción del presidente Trump, por supuesto, fue atacar al periodista, como si este se hubiera colado en Signal por una imaginaria puerta trasera. Tras él, hordas en las redes pusieron a Goldberg en su punto de mira. Nada nuevo: tanto Trump como el movimiento ideológico que representa han declarado la guerra al periodismo, a los periodistas y a los medios de comunicación. Y cuenta para ello con poderosos aliados.
En enero, el World Economic Forum publicó la 20ª edición de su Global Risks Report, un informe que recopila la opinión de expertos y líderes globales en múltiples ámbitos sobre los principales riesgos que enfrenta el mundo a corto (dos años), medio y largo plazo (diez años). Por segundo año consecutivo, el principal riesgo a corto plazo es la información errónea y la desinformación intencional que se disemina a través de las redes. A largo plazo, la desinformación es el quinto riesgo más acuciante, solo por detrás de diferentes tipos de efectos del cambio climático.
Para entender la magnitud del reto, algunas cifras: el informe estima que dos tercios de la población mundial se conectan a internet, lo que equivale a 5.500 millones de personas. Además, más de 5.000 millones de personas usan las redes sociales. A través de ellas y de la proliferación de supuestos periodistas y medios de comunicación, se difunde la desinformación y la información manipulada. Esto contribuye a otros fenómenos que el informe identifica y con los que este deterioro de la esfera pública está íntimamente relacionado: la fragilidad de las instituciones actuales, que se perciben como poco preparadas para gestionar los riesgos y desafíos del futuro, y la polarización política y social, que afecta de forma directa a la estabilidad social y la toma de decisiones.
El actual ecosistema informativo se caracteriza por varios rasgos: las fronteras entre la información real y la manipulada son muy difusas; la IA generativa facilita la creación y distribución de información falsa a una escala nunca vista; detectar contenido falso es muy difícil para los ciudadanos; polarización y desinformación se retroalimentan a través de unos algoritmos que, además, son esenciales en el modelo de negocio de las grandes tecnológicas; la desinformación es un arma utilizada por estados, gobiernos, partidos políticos, empresas y grupos de presión de todo tipo; y la tecnología avanza mucho más rápido que la legislación que debe regularla.
A este escenario, que el prestigioso estudio del World Economic Forum considera un riesgo capital, se suma la guerra abierta contra la prensa, el periodismo, los periodistas y los medios que lidera Trump, no solo en EEUU, sino en todo el mundo. El antídoto contra la información falsa es la información contrastada, definición elemental del periodismo. Quienes se nutren, prosperan, hacen negocio y llegan al poder en este ecosistema informativo caótico no tienen interés en la producción y difusión de información veraz. De ahí la alianza entre Trump, el movimiento ideológico que lidera y las grandes tecnológicas digitales. A mayor fragmentación, cuanto más importante sea el algoritmo, más réditos políticos y económicos.
Los medios y los periodistas debemos hacer nuestros deberes, en todos los niveles, desde el modelo de negocio hasta el propio ejercicio del periodismo. El Global Risks Report describe una confianza en declive hacia los medios, reflejada en la cifra de que solo el 40% de los encuestados en 47 países afirmó confiar en la mayoría de las noticias. Pero la ciudadanía, y quienes defienden las democracias liberales, también deben entender que la guerra contra el periodista de The Atlantic, contra el periodismo, es en realidad una ofensiva contra las democracias abiertas y plurales, que no pueden existir sin una esfera comunicativa con información plural, veraz y contrastada.
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