Opinión | Risas y fiestas

Comidita

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Comidita / Vostoky

Un día, hace unos cuantos años, me encontré con una conocida en la parada del tranvía. Típica conversación de personas que se aprecian pero no se ven mucho: empezamos qué tal qué tal y acabamos repasando indignadas alguno de los temas virales indignantes del momento. Un minuto para su tranvía, dos para el mío, mucha gente con muchos perros preciosos pasando por la acera de enfrente y nosotras distraídas charlando: casi cuando ya se iba, me dijo algo que, en ese momento, con esa edad y en ese punto de mi vida, creí que entendía pero no entendí en absoluto. «Luego te das cuenta de lo que es de verdad la comida», dejó flotando en el aire.

Hay frases de las otras que se te aparecen en la cabeza tiempo después, que te hacen sentir una especie de papelito que se abre, lo que percibiste de ellas al escucharlas y lo bien que se siente el cuerpo cuando estás segura de pronto de que las entiendes de verdad. Dentro del papelito, la sorpresa: cuando escuchaste, no eras alguien que pudiera comprenderlo, aunque te pareciera que ya lo sabías todo sobre la vida. Luego descubres más y algo te revela algo que ya estaba dentro de tu cabeza. No sé si ese efecto tiene un nombre. Me pasa con cosas que me enseñó mi abuela, por ejemplo, o con cosas que me han soltado personas de las que me he enamorado (de pronto la certeza de que era cierto que era ella y no tú), o hasta con cosas que aprendí en el instituto. Es gracioso y es bonito, porque supongo que por alguna razón se te quedan esas ideas ahí levitando a tu alrededor, como si ese aire en el que «Luego te das cuenta de lo que es de verdad la comida» se quedó suspendida te hubiera seguido persiguiendo hasta que pudieras darle uso. Se agradece mucho, la verdad. Gracias, aire.

¿Quién era yo entonces? ¿Quién soy ahora? Creo que el quién es lo de menos, lo importante es lo que me ha sucedido. Lo que ha sucedido. Esta persona y yo estábamos hablando sobre la cultura de la dieta. Sobre esa idea de que hacer dieta te coloca en un estrato moral superior, porque estás haciendo algo bueno por ti y estás sacrificándote para que el placer no te aleje de un objetivo tuyo. Ni siquiera es cierto que hacer dieta sea hacer algo bueno por ti (en general, restringir nunca es positivo y alrededor de las dietas hay otro airito como el de las frases pero de desinformación pura), ni siquiera es cierto que una dieta sea la llave dorada que te abre la puerta de una vida distinta (es decir, una vida con un cuerpo distinto, que tú crees que te llevará a vivir mejor. Está bastante demostrado que adelgazar con dietas no es sostenible a largo plazo en la inmensa mayoría de los casos y lo que genera una vida de dietas es un ciclo infinito de bajadas y subidas de peso, además de muchísimo impacto en la salud mental de cualquier persona), ni siquiera es cierto que más delgadas vayamos a estar más sanas o a ser más felices. Lo que sí es cierto es que una dieta es un sacrificio. Eso sí. Y el sacrificio es muy bien valorado en esta sociedad. Sobre todo en relación con el cuerpo: disciplinar al animalito para que nuestro esfuerzo nos haga ser consideradas «mejores» que aquellas otras que son consideradas «peores» por dejarse estar.

Lo que ha sucedido. He tenido que escuchar muchas otras frases para llegar a entender esto. Porque, por supuesto, aquello en lo que nos educan se sienta en la sillita de las certezas y se arregosta todo. Y es difícil cambiar nuestra percepción de algo que se carga tanto de significado: la comida. Comer. Peligros se le grapan. Tras. Y le coges miedo. Y le coges culpa. Y la comida, en realidad, es un paraíso. Comer es placer, memoria, autocuidado, conexión con las demás, historia, imaginación, identidad, salud, algo hermoso contenido en el día a día de lo que a veces pasamos porque siempre está ahí. Y qué increíble que siempre esté ahí. Los alimentos están ahí para que nos sintamos bien, y digo esto tanto pensando en el gustito como en la salud. Parece que abandonar la cultura de la dieta va a implicar hacernos daño. No pensar en nuestro bienestar. Pero lo que sucede es que dejar de restringir te permite apreciar la comida, toda, porque ninguna está en el palco de lo prohibido que debe escogerse cuando se puede escoger porque si no. Escoger libre es escoger de verdad. Eso es lo que significa de verdad la comida. Bienestar en un sentido absoluto, no solo en el de «vernos mejor»: otro día discutimos lo que significa «vernos mejor» y por qué también, por las mismas razones que acabo de exponer aquí, es mentira. n

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