Opinión | A babor
‘Kit’ de supervivencia sanchista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, conversa con la ministra de Defensa, Margarita Robles, durante su comparecencia en el Congreso este miércoles. / José Luis Roca
Ha vuelto a hacerlo. En su enésima pirueta discursiva, un Sánchez más cansado, más desencajado y más histriónico desplegó ayer en el Congreso su mejor versión de líder global, en un ejercicio de retórica con fracasada pretensión churchilliana, puesta al servicio de la indefinición: “Defenderemos cada pulgada de nuestra seguridad”, proclamó, evocando a la Gran Alianza de tiempos pretéritos, para acto seguido recordar que España no puede comprometerse con un aumento del gasto militar sin garantizar el gasto social. Sánchez pretende hacernos creer que es cuestión de voluntad que él logre cumplir un imposible económico de libro: hacer conciliables los cañones y la mantequilla… Pero poco importa: en la supervivencia del sanchismo, la lógica y las cuentas nunca han sido obstáculo insalvable.
La ecuación es insostenible: ni un economista con superpoderes podría aumentar exponencialmente el gasto español en Defensa y Seguridad sin reducir otras partidas del gasto público. Pero la indefinición de Sánchez sobre la política española de rearme que promete -un gran plan para agrupar todo el gasto del país en seguridad y defensa- empieza a ser internacionalmente insostenible. En Bruselas se descacharran con la intención española de maquillar las cuentas convirtiendo en gasto de defensa los sondeos del CIS. SE acabó la guasa, la credibilidad pasa por un compromiso claro que Sánchez no puede asumir sin arriesgarse a perder el poder. En la OTAN se mira con asombro a un Gobierno que sigue sin comprometer el dos por ciento del PIB en gasto militar, y protagoniza una tragicomedia sobre si el rearme se aprueba en el Parlamento o se resuelve como un asunto privado del Presidente y su Consejo de Ministras, Ministros y licuados. Y esto es lo que hay: el manual de resistencia de Sánchez explica que lo peor que puede hacer es aclarar sus intenciones: ¿qué dirían sus socios de Sumar, que llevan meses clamando por la salida de España de la OTAN? Mejor dejarlo en un elegante vapor de palabras.
Así que, atrapado entre la exigencia europea de cumplir con los compromisos de la Alianza y el rechazo de la izquierda instalada en su propio Gobierno, Sánchez opta por su deporte favorito: el quite por lo alto. Actuar como un estadista de bolsillo, que no se define sobre si llevará el gasto militar a Las Cortes, pero descarta absolutamente un pacto de Estado para blindar el futuro de la defensa española. Esa es la cuadratura del círculo con la que espera poder llegar a la cumbre atlántica de junio sin haber comprometido nada tangible, pero agachado detrás de Zelensky.
Ocurre que en política internacional la gesticulación tiene un recorrido corto. Aunque el sanchismo ha convertido el escapismo en un estilo de gobierno, la realidad suele acabar por imponerse. En junio, cuando toque rendir cuentas ante la Asamblea de la OTAN, Sánchez se encontrará sin mucho que ofrecer. Su gobierno no quiere –ni puede– aprobar el gasto militar, porque Bruselas no se va a conformar con más frases épicas, huérfanas de cifras, y porque el PP no va a regalarle gratis un pacto de Estado.
Las contradicciones de Sánchez sobre el rearme son ya una constante en su carrera. Desde que se instaló en Moncloa, ha jugado con calculada ambigüedad: en 2018 aún necesitaba consolidarse en el cargo y evitó cualquier movimiento brusco sobre la OTAN y los compromisos de gasto militar. En 2022, con la guerra en Ucrania, titubeó lo justo, para promocionarse luego como el rey delos saldos a Ucrania, prometiendo a Biden y la Alianza un aumento de hasta el dos por ciento del PÎB, cuyo arranque jamás se produjo. En 2025 sigue en lo mismo: promesas vagas, discursos inflados y negativa sistemática a cualquier decisión que incomode a sus socios radicales. Mientras, los militares del país operan con presupuestos que apenas cubren las necesidades básicas y España sigue sin un plan para modernizar su Defensa. La pregunta es ¿Cuánto tiempo puede Sánchez mantener la ambigüedad? ¿Cuánto tiempo debe pasar para que la Alianza pierda la paciencia? La OTAN no es un foro de tertulianos: en algún momento tendrá Sánchez que demostrar que su Gobierno puede asumir responsabilidades.
Sánchez cree que puede seguir vendiendo humo, entreteniendo al personal con discursos de salón y dejando que el tiempo diluya los problemas. Así que el presidente afronta la cumbre de junio con su tradicional kit de supervivencia: retórica grandilocuente, equidistancia calculada y una constante huida hacia adelante. Pero el tiempo se agota y la realidad se filtra hasta en los discursos más impostados. En algún momento, este dirigente que ahora habla de compromiso y grandeza, tendrá que enfrentarse a la prueba del algodón de los hechos cumplidos. Y puede ocurrir que el ridículo resulte de proporciones históricas.
En política, engañar a todos es un arte. Pero a veces tiene consecuencias.
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