Opinión | El recorte
Mucho cuento

Cruceros en el Puerto chicharrero.
Hace años nos contaron un cuento, uno más de los muchos que se han relatado en esta isla de fantasías animadas de ayer y hoy llamada Tenerife. Se anunció, con muchos bombos y aún más platillos, que el puerto de Santa Cruz se destinaría al tráfico de cruceros turísticos y que todo el intercambio comercial e industrial se iría al super puerto de Granadilla. Y todos felices comeríamos perdices.
Algunos ilusos pensaron que era verdad. Que la capital de la isla iba a recobrar, al fin, una costa que le había sido hurtada muchos años atrás por muros de hormigón, contenedores, tinglados y grúas. Cuando el puerto era lo primero. Cuando el desarrollo y el abastecimiento de la isla justificaron que el Estado se apropiara olímpicamente de casi ocho kilómetros de frente marino, separando a la ciudad de su mar.
Los sueños dibujaron la fantasía de un nuevo puerto, más pequeño, más amable, concebido para encantar a los turistas cuando se bajaran de las nuevas terminales de cruceros para transitar por zonas verdes, espacios abiertos, modernos edificios, marinas deportivas y zonas comerciales y de ocio, que serían una maravillosa puerta de entrada a la ciudad. Y abajo, en Granadilla, se movería el músculo industrial y comercial de la Isla.
Han caído los años del calendario. El mar sigue siendo un extraño para Santa Cruz y la entrada a la capital por el muelle permanece intacta: un espantoso paisaje de retales y parches extendidos como ruinas sobrantes de un extraño pasado. Y el gran puerto de Granadilla estiró la pata antes de nacer, fenecido en el útero de esta isla donde tantos grandes proyectos han terminado abortados por una clase política mayormente cobarde.
Después de veinticinco años pintado en todos los mapas, el puerto de Fonsalía también murió antes de nacer. Otro pufo que se esfumó. Y ahora estamos como un conejo en mitad de la carretera, mirando deslumbrados las luces y las sombras de Los Cristianos, un puerto colapsado que no da mas de sí. Una infraestructura, fundamental para las llamadas Islas Verdes, donde se propone una ampliación de las zonas de atraque, para terminar de cargarse el futuro turístico del pueblo, y el soterramiento de las vías de entrada y salida.
Tal vez nadie se haya parado a considerar que el turismo es incompatible con los bombardeos. Y que levantar la mitad de Los Cristianos y enterrar medio pueblo en una nube de polvo y ruido durante una considerable cantidad de años puede terminar causando un daño irreparable en alojamientos turísticos y pequeños negocios de una localidad que vive de sus visitantes.
Los empresarios del Sur de la Isla andan ya con la mosca detrás de la oreja. Y en las Islas Verdes, que oxigenan sus economías precisamente por Los Cristianos, empiezan a ponerse morados. Tal vez ya sea hora de inventarnos otro cuento confortable. Un relato distinto al de una Isla donde todo se queda a medio hacer o se pierde por el camino de unas chuchangas. Que alguien se invente un nuevo relato para seguir auto engañándonos otro cuarto de siglo viéndolas venir. Como pasó con esas grandes carreteras que tantas veces se prometieron y que aún estamos por inaugurar.
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