Opinión | Retiro lo escrito

La caída del funambulista

Imagen de Pedro Sánchez, María Jesús Montero y Yolanda Díaz. durante la comparecencia del presidente en el Congreso de los Diputados este miércoles.

Imagen de Pedro Sánchez, María Jesús Montero y Yolanda Díaz. durante la comparecencia del presidente en el Congreso de los Diputados este miércoles. / José Luis Roca

La mitologización de Pedro Sánchez (desde la izquierda y desde la derecha) contribuye, desde luego, a no ver las cosas claras. Por eso la derecha se llevó un chasco hace un año y medio largo; por eso muchos se resisten a admitir que nos dirigimos al epílogo del sanchismo. Sobre todo los socialistas. Le dices que su líder lo tiene jodido, en una situación estructuralmente insalvable, y sonríen con jactancia, como teólogos ante los que dudases de la eternidad de Dios. Ayer Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados, era un líder en una situación agónica al que las mentiras ya no le funcionan ni como muletas. Un ejemplo: “el PP no presentó tampoco un proyecto presupuestario en varios años del gobierno de Mariano Rajoy”. Es falso, como cualquiera puede comprobar ojeando ya no el BOE, sino la prensa. Lo que ocurrió en esos tres años es que el Gobierno del PP presentó sus presupuestos fuera de plazo. En cambio lo que tiene Sánchez son unos presupuestos aprobados por el Congreso de Diputados en 2022 para el año 2023, unos presupuestos que se prorrogaron automáticamente en 2024 y que ahora, en 2025, se han prorrogado de nuevo. Unas cuentas, por otra parte, que no ha aprobado este Parlamento. Presentar un proyecto de ley presupuestario no es una potestad del Gobierno y su presidente, sino un mandato constitucional (artículo 134). Luego se aprueban o no se aprueban. Sánchez no los presenta, obviamente., por un temor bien fundado a que sean rechazados, una derrota de la que ya no podría zafarse y le abocaría a convocar elecciones anticipadas.

A pesar de tarotistas de la política y arquitectos de lo improbable como Iván Redondo, es imposible diseñar todos los escenarios posibles, y los líderes que practican con gracia y desparpajo el funambulismo sobre el abismo de la ambición y la idiotez ajenas, con Sánchez, siempre terminan pegándose una hostia demoledora. ¿Quién podría predecir hace seis meses que Donald Trump pegaría un portazo a la OTAN y la Unión Europea se vería urgida a poner en marcha un sistema defensivo que deberá sufragar en solitario? La izquierda patinete que acompaña al PSOE – unos en el Gobierno, como Sumar, otros a modo de socios parlamentarios, como ERC o Bildu – es pacifista. El pacifista es un individuo o un colectivo que, por serlo, cree que ya es invulnerable frente a un tipo que le apunta con una pistola. El pacifista piensa que su valeroso odio a la guerra desarmará moralmente a un tipo como Putin, que se retirará avergonzado y purgará sus malas intenciones azotándose en un monasterio de los Urales. De veras que piensan así. Frente a la calidad espiritual del pacifismo ombliguista cualquier bombardeo es inútil, cualquier misil se estrella, cualquier general pide piedad. Esa izquierda lúcida es la que se niega a que se suba un solo euro su presupuesto en Defensa. Y Sánchez, por supuesto, no está dispuesto a ninguna negociación con el PP. No, para el PP nada. Pactar es reconocer al otro. Pactar con el PP --en el relato sanchista – es un 1939 y puede suponer que la gente descubra que la derecha ha ganado todas las elecciones en España en los últimos años

Por eso mismo el presidente no dijo absolutamente nada ayer en el Congreso. No tiene ningún plan, no sabe de dónde sacar las perras, carece de un cronograma: ni puede comprometerse con la UE ni puede convencer a sus socios. Pedro Sánchez ha llegado al límite de su camaleonismo, de su capacidad para sustituir unas mentiras con otras a la velocidad de rayo, de su artesanía al desmentirse, de sus hipotecas y sus préstamos con fuerzas independentistas, de su voluntad de cooptar y pervertir las instituciones públicas para ganar control político, empresarial y social y garantizarse la continuidad en el poder. El único acto político digno y pertinente que le queda es disolver las Cortes y convocar elecciones, y está a punto de descubrir que cuánto más tarde en hacerlo más sufrirá el PSOE.

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