Opinión | El recorte
Un libro terrible

José Bretón y el escritor Luisgé Martín.
A veces no es fácil tomar partido. Anagrama ha decidido publicar un libro terrible; El odio, basado en una larga conversación con un monstruo llamado José Bretón. Un tipo, un padre miserable, que asesinó a sus dos hijos y los quemó hasta reducirlos a cenizas para hacer daño a su mujer. Es, por tanto, el largo testimonio de un asesino, que sigue odiando a su mujer y a su familia. El vomito ácido de alguien que, para nuestro terror, sugiere que podría ser cualquiera de nosotros.
Que el autor sea Martín Luisgé, un escribidor autor de numerosos discursos de Pedro Sánchez e identificado por lo tanto con el ala woke del socialismo deconstruido por Moncloa, ha provocado una ola de rechazo en el ala conservadora de la sociedad. Y además ha contado con la dolorida reacción de Ruth, la madre de los niños asesinados, que ha pedido judicialmente que no se difunda el libro escrito en torno al monstruo que vino a visitarla. Tiene apoyo jurídico en diferentes leyes que establecen que en los casos de violencia sobre la infancia se pondrá «especial énfasis en el respeto al honor, a la intimidad y a la propia imagen de la víctima y sus familiares».
Así que, con el corazón partido, nos enfrentamos a una decisión terrible: si estuviera en nuestras manos difundir el libro o secuestrarlo, ¿qué haríamos? Y como casi siempre ocurre, la verdad suele estar en aquello que nos causa más dolor. Las bibliotecas del mundo están llenas de volúmenes que rezuman crueldad, violencia y terror. Testimonios de asesinos y seres repugnantes que escribieron o sirvieron de referencia para relatos terribles basados en hechos reales. Quemarlos en una pira, en una purga literaria al estilo de la aciaga noche de los nazis, no nos haría mejores que a los propios monstruos. El respeto a las víctimas no se ejerce ocultando la realidad, sino conociéndola y abominando de ella.
El odio es un libro que no pienso leer. Puedo seguir viviendo tranquilamente en la ignorancia de ese pequeño miserable que asesinó a dos criaturas inocentes para hacer daño a su pareja. No me atrae ni lo más mínimo escucharle. Ni siquiera acercarme a la terrible idea, que sugiere el autor del libro, de que cualquiera de nosotros podría ser José Bretón si se dan las circunstancias adecuadas. Porque no creo que sea verdad. Porque pese a mi mala opinión del género humano, creo que la mayoría de la gente es incapaz de causar daño a los más inocentes. Que los monstruos son una repugnante minoría.
Pero el libro merece ser publicado. Como cualquier otro, por terrible que sea. Para que quien quiera se abisme a la negrura más espesa. Y ya de paso, para que lea las palabras de un asesino que dice: «tranquilos, los niños no sufrieron, yo jamás les haría daño», porque les envenenó con sedantes antes de quemarlos. Un monstruo que fue condenado a veinticinco años de prisión y que saldrá de la cárcel en 2036, con 63 años de edad para caminar entre nosotros, comprar la prensa y leer los titulares en una cafetería, tal vez a pocos pasos de usted. De todos los espantos de ese caso y de ese libro, este último tal vez sea el más terrible. La prueba de que los demonios pueden regresar del infierno.
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