Opinión | Gentes y asuntos
Fiestas barrocas en La Palma

Impresiones barrocas / Impresiones barrocas
El último domingo tuve la ocasión y el placer de compartir con un nutrido y selecto grupo de amigos la memoria común de Luis Cobiella y, de paso, comentar las largas y afanosas vísperas de una fiesta que, desde 1680, pone la etiqueta de inolvidable a todos los veranos que acaban en 0 y en 5.
Campeón en las presencias estelares, Cobiella Cuevas fue también el más brillante y generoso contribuyente al patrimonio artístico de las Fiestas Lustrales de la Bajada de la Virgen de Las Nieves. Fueron promovidas y bendecidas por el obispo Bartolomé García Jiménez en 1676 a petición del clero y del pueblo, o viceversa, según los memoriales, después de una multitudinaria rogativa que trajo copiosas lluvias que rompieron para bien una larga sequía.
A poco de la conquista, la capital y la isla registraron plena sintonía con los rumbos económicos y culturales europeos, determinada por la nutrida colonia de extranjeros de destacado protagonismo social. Derrotaron la lejanía con las ideas y los movimientos renovadores; leyeron textos de la Reforma y la Contrarreforma en pos de la razón y de la dignidad humana, novelas pastoriles y poesía española y europea dedicada al amor, el paisaje y la mitología; bailaron la gallarda, la jácara, el escarramán, el rastreado, el zarambeque, el ye-ye, el guineo, la zarabanda, la chacona y el Canario, alegre y pícaro, de puntera y tacón, que allí tuvo cuna y gloria, según escribió en 1561, el médico viajero Juan Mendes Nieto.
Los estudiosos de la fiesta renacentista señalaron su declive por los fallos que mostraba el sistema centralizador de los estados europeos, y la imparable diferenciación de las sociedades tradicionales y modernas en cuanto a la vida cotidiana y los rituales celebrativos. Con un repertorio consolidado de cultos y gozos populares comunes – Corpus y Pascuas e hitos fundacionales – en el siglo XVII, y a partir del patronazgo de la Virgen de Las Nieves, los palmeros hicieron de una acción de gracias unas fiestas solemnes y ambiciosas, dentro de los cánones barrocos y, sin perder la memoria de origen, las han mantenido con el apoyo popular hasta nuestros días.
Frente a la diferenciación de la cultura tradicional y popular y la elitista, producto y esencia del humanismo, en La Palma y, más concretamente, en una urbe de poco más de cinco mil habitantes, se recurrió a la fusión de ambas y se consolidó un programa de actos complejos y ostentosos, centrados en la emoción y la subjetividad, y en el marco urbano, para exaltar la religión y la monarquía como avales de su existencia y continuidad.
Los programas festivos se ordenaron alrededor de los actos centrales: carros triunfales, alegorías de virtudes, personajes mitológicos, sacros y nobles; y, luego, a las representaciones teatrales en lugares señalados, danzas coreadas y rituales, loas, autos, farsas y comedias profanas, cabalgatas y mascaradas; gigantes y cabezudos, mascarones, malabares, juegos de equilibrio y zancudos, procesiones y cortejos, pandorgas, toros de fuego y mascaradas.
Estas celebraciones – resumidas ejemplarmente en La Palma – contribuyeron a la occidentalización cultural de las ciudades, a la asimilación y valoración de los lenguajes artísticos y a la transformación, con carácter puntual y arquitecturas fugaces, del marco urbano; dieron vía libre a la creatividad de sus intelectuales y artistas. Hablaremos de sus invenciones y números y del papel de Luis Cobiella en el conjunto, pero esa es historia para otro día.
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