Opinión | A babor
Por la puerta de atrás
Sánchez asegura que España quiere ser «útil para Europa». Pero quizá el papel que está jugando en su acercamiento a China sea otro: el de abrir la puerta trasera del continente a quienes no buscan cooperación, sino supremacía.

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante el XV Congreso del PSIB-PSOE, en el Hotel Hipotels Convention Centre Playa de Palma, a 22 de marzo de 2025, en Palma de Mallorca, Mallorca, Baleares (España). / Isaac Buj - Europa Press
Mientras Europa redobla sus advertencias sobre el riesgo que supone la creciente influencia china en el concierto mundial, el Gobierno Sánchez sigue un camino propio, cada vez más alejado de la estrategia continental común. Antes de su tercer viaje oficial a China en apenas tres años –toda una declaración– Sánchez parece decidido a consolidar una relación privilegiada con Xi Jinping. Asesorado por Zapatero, principal muñidor del acercamiento a China y Venezuela, Sánchez avanza en una dirección que, lejos de aportar seguridad, puede entregar la llave de la puerta de atrás a China. Y de paso a Rusia.
El pragmatismo que Sánchez dice defender para justificar su aventurera política exterior contrasta con la preocupación europea por el creciente peso económico y tecnológico de Pekín. El Libro Blanco de Defensa de la Unión menciona repetidamente a China, subrayando su capacidad de erosionar la autonomía estratégica europea. A pesar de eso, el Gobierno español está decidido desde hace unos años a acercarse a la superpotencia asiática, mientras se desentiende del cumplimiento de sus obligaciones europeas. España es hoy el país de la UE que más gas compra a Putin. Desde el inicio de la guerra, somos el principal cliente de Moscú y el que menos ha aportado a Ucrania, aunque eso sí, Sánchez se ha dado muchos abrazos con Zelensky. Ese comportamiento tan poco comprometido resulta difícil de entender por nuestros socios y aliados, mientras Bruselas exige firmeza frente al Kremlin, cuyo principal apoyo tecnológico y militar es –precisamente– China.
El acercamiento al gigante asiático, en apariencia comercial y pragmático, tiene un reflejo muy concreto en el Atlántico: Canarias es la escala habitual para Xi Jinping en sus viajes a América Latina. No se trata solo de una parada técnica, es la muestra del creciente interés de Pekín por el archipiélago como base logística para sus intereses en África Occidental, un territorio donde China lleva años consolidando su presencia hegemónica. Las autoridades canarias han mostrado entusiasmo por atraer inversiones chinas, desde el sector hotelero hasta la pesca y la energía. Pero lo que algunos presentan como una oportunidad es más bien un caballo de Troya. La flota pesquera china, con base en Las Palmas, es la punta del iceberg: a través de empresas estatales, China controla decenas de infraestructuras clave en África: puertos, carreteras, centrales eléctricas y proyectos de telecomunicaciones. Y lo hace bajo el paraguas de la ‘Nueva Ruta de la Seda’, el megaproyecto que Xi Jinping vende como cooperación, pero en realidad funciona como sofisticado sistema de expansión de influencia.
El caso de Mauritania es paradigmático. Empresas chinas, apoyadas por firmas canarias, están detrás de los proyectos de explotación del gas natural y de las principales operaciones pesqueras. La dependencia africana de China ha crecido de forma exponencial en los últimos 20 años. En 2005 la deuda pública externa de África con China representaba menos del dos por ciento. Hoy ronda el veinte por ciento. La ecuación es sencilla: China ofrece infraestructuras a cambio de materias primas y lealtad política. Un aggiornamento del viejo colonialismo europeo, donde el acreedor se queda, tarde o temprano, con los recursos estratégicos del deudor.
El escenario se ha complicado aún más con el repliegue de Francia del Sahel: el vacío dejado por la salida de las tropas galas ha sido rápidamente cubierto por Moscú y Pekín. Las antiguas colonias francesas, de Mali a Burkina Faso y Níger, caen una tras otra bajo la órbita de Rusia y sus mercenarios, mientras los créditos chinos financian infraestructuras y compran gobiernos a cambio de materias primas. Es el viejo reparto colonial disfrazado de geoestrategia moderna: quien controle África Occidental no solo decidirá el acceso a minerales como el cobalto, el litio o el coltán, también pondrá sus manos sobre los corredores marítimos y energéticos más relevantes del Atlántico. En ese contexto, Canarias aporta el valor estratégico de situación geográfica y el económico de los montes submarinos situados bajo sus aguas. Albergan depósitos de telurio y otras tierras raras imprescindibles para la transición digital y la industria militar. El control de estas reservas podría reforzar aún más la hegemonía china sobre las cadenas de suministro de tierras raras.
Canarias se encuentra en el epicentro de esta pugna por África. Si España facilita la expansión europea de China desde el Atlántico, Europa perderá el control de sus propias fuentes de suministro en un futuro no muy lejano. Sánchez asegura que España quiere ser «útil para Europa». Pero quizá el papel que está jugando en su acercamiento a China sea otro: el de abrir la puerta trasera del continente a quienes no buscan cooperación, sino supremacía.
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