Opinión | A babor

Rearme sí, pero llámalo ‘X’

Logo de Twitter en un teléfono móvil (archivo)

Logo de Twitter en un teléfono móvil (archivo) / Monika Skolimowska/zb/dpa - Archivo

En la política de hoy, es menos importante lo que se hace, que cómo se llama. Puedes aumentar el gasto militar, invertir en tanques y cazas, firmar cheques con muchos ceros para alimentar la industria de defensa… siempre que a hacer eso no lo llames «rearme». Porque suena mal, suena a guerra, a cañones, a esas cosas que los gobiernos progresistas prefieren imaginar que no existen. Y de eso va precisamente la última cómica ocurrencia del gobierno sanchista, esta vez en Bruselas: don Sánchez no quiere que Europa se rearme, o al menos no que se diga que eso es exactamente lo que vamos a hacer.

A don Pedro siempre le ha gustado la neolengua orwelliana. Es un experto en camuflar los hechos con descripciones pintureras. Alguien capaz de defender que una cosa es mentir y otra muy diferente cambiar de opinión, aunque en la práctica el cambio de opinión consista en hacer lo que se dijo que no se haría nunca. Sánchez aterrizó por la cumbre europea dispuesto a ejercer de guardián de la semántica. «El término rearme no me gusta en absoluto», sentenció, muy serio. Y es que –según él– el problema del plan de la Comisión Europea no es que se destinen 800.000 kilos a reforzar la defensa del continente (que incluye blindados, drones y todo lo que uno esperaría en un escenario de rearme clásico). No. El problema es que lo han llamado ReARM Europe, y eso tiene un tufillo belicista incompatible con la sensibilidad del mundo Bambi y progresista. Todo sería más sencillo, si en lugar de definir el rearme como rearme, lo llamáramos, pongamos, Protect Europe o Cuddles for Europe, o Cosi fan tutte. Con un nombre menos obvio, la cosa sería más asumible para los socios de Sumar y Podemos.

Sánchez vende tamaña estupidez como un asunto de matiz, un malabarismo verbal para convencer a los suyos de que invertir en defensa es, en el fondo, algo muy diferente a invertir en defensa: es mejorar la seguridad, concepto agradable, suave y amplio. En seguridad caben la ciberseguridad, el control de fronteras, la lucha contra el terrorismo... y detrás, con disimulo, los miles de tanques, drones y misiles que nos hagan falta. Todo cabe en la nebulosa polisémica que permitiría a la izquierda mantener el tipo mientras firma presupuestos militares con la otra mano.

El surrealismo es de premio, llega al punto de que Sánchez se esfuerza en marcar distancias respecto al enfoque militarista de Von der Leyen, mientras aprieta con la misma retórica de «proteger Europa» que usa la Meloni con desparpajo, pero con aire soft power, que aquí queda mejor. Sánchez remacha que él no reducirá «ni un céntimo» de gasto social para subir el militar, una promesa que convierte el equilibrio presupuestario en un ejercicio de alquimia.

Mientras la coalición izquierdista hace aguas sin que nadie se dé por aludido. Sumar lleva semanas advirtiendo de que no apoyaría un aumento del gasto militar, y eso ha hecho. Doña Yolanda, que no pierde ocasión de marcar perfil propio, se asiroca cada vez que se pronuncia la palabra defensa. Pero ahí sigue, gobernando lacayunamente entregada al gran patrón del rearme llámalo X. Como si nada. La ruptura es total, pero el Gobierno se mantiene. Es como una de esas parejas que ya ni se hablan, pero siguen viviendo en el mismo piso y durmiendo en la misma cama porque ninguno se puede permitir alquilar piso propio.

Ese es el nivel de coherencia de un gobierno que, en asuntos tan básicos como la política exterior y la seguridad, han decidido ir cada uno por su lado sin que eso derive en crisis alguna. Sánchez ha logrado normalizar la esquizofrenia política: un Ejecutivo donde el presidente pactaba con Bruselas aumentar el gasto militar, mientras su vicepresidenta aseguraba urbi et orbi que eso no va a ocurrir, porque ella lo impediría. Convivimos en medio de esa paradoja, perfectamente irracional. Pero la realidad es que Europa se rearma. Por necesidad, por miedo, por geopolítica… la invasión rusa de Ucrania ha cambiado el tablero, y lo que antes se despachaba como un debate filosófico sobre el papel de Europa como potencia civil se ha transformado en una carrera por no quedarse atrás. Lo hacen ya Francia y Alemania, lo hace Italia con disimulo, lo hace Polonia a marchas forzadas. Y lo hace también España, infantilizando el debate público, con la obsesión por maquillar las decisiones difíciles, por no llamar a las cosas por su nombre para no ofender. Como si el problema fuera el lenguaje, y no la sustancia. Como si renombrar el plan de rearme europeo bastara para hacerlo aceptable. En fin, pretender que el lenguaje cambia la naturaleza de las cosas es un vicio convertido en doctrina. Pero no estamos ante un eufemismo: estamos ante un gobierno cobardica que actúa sin asumir el coste político de sus actos, y quiere camuflar sus decisiones para evitar que se perciba que dice una cosa y hace justo la contraria. Esa es, precisamente, la marca de la casa.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents