Todos querríamos ser Junts

Observas a un centenar de funcionarios policiales, que se manifiestan en horario laboral y en mitad de la semana ante el Congreso. En una reivindicación ejemplar por falta de precedentes, los agentes se quejan de que les han aliviado el trabajo, en las agitadas fronteras catalanas. Un maledicente interpretará que solo protestan porque la alta traición viene protagonizada por PSOE y Junts. Los fríos analistas preferimos concluir que las mismas personas se echarán enérgicos a los leones cuando el PP regale a Puigdemont, porque es él, la defensa antiaérea de Cataluña a cambio de un asiento en La Moncloa.

El fronterizo Junts ha logrado unas competencias que ni siquiera va a administrar, en cuanto que ayuntamiento de Barcelona, Generalitat y Moncloa recaen al menos formalmente en el PSOE. Sin embargo, la envidia generada por el florón independentista no oculta que todos querríamos ser Junts, ese oscuro objeto del deseo cortejado con igual intensidad por PSOE y PP. Los catalanistas a ultranza no solo son escuchados sino auscultados, con el país en vilo ante cada parpadeo de Puigdemont.

¿Cuál es el partido político español, con perdón, que corona una mayor proporción de sus objetivos, Gobierno y oposición incluidos? Si la pregunta se plantea en relación a los siete diputados de Junts, un esmirriado dos por ciento de la cámara, es obligado rendirse ante la formación política más pletórica del planeta. Puigdemont es el árbitro inapelable de la política estatal. De momento, el PSOE se apresura a atender a sus exigencias crecientes, porque sabe que el PP las cumplimentaría con igual celeridad. De Washington a Groenlandia, el poder no consiste en amar a los gobernantes sino en estar pendientes de ellos. Porque a nadie se le oculta que Junts también posee el título de partido más antipático de Europa. La moraleja dicta que debemos aprender de nuestros enemigos, por algo será que nos derrotan continuamente.