Opinión | A babor
Juegos de guerra

Pedro Sánchez recibe al secretario general de la OTAN, Mark Rutte, el pasado 27 de enero en La Moncloa. / JOSÉ LUIS ROCA
Instalado en su cuartel general de Moncloa, Sánchez se ha puesto el uniforme de comandante en jefe y juega a la guerra sin preguntarle a nadie. Parece que le ha cogido el gusto. Este jueves el presidente cito a los grupos parlamentarios para contarles, en sesión de propaganda controlada, cómo piensa subirse al tren de la nueva Defensa europea. Una Defensa que debe gastar al menos 800.000 millones más en armamento, blindarse frente a la amenaza rusa y, de paso, hacer feliz –muy feliz- a la industria militar. Sánchez no ha convocado a su tropilla de disciplinados sargentos para debatir, sino para informarles. Es este un pequeño matiz: no busca consensos ni mayorías. Sencillamente anuncia lo que va ya ha decidido hacer. Los partidos escuchan y él decide. Mientras, en el Congreso, ni rastro del debate que debería enmarcar tamaño cambio en la política exterior española. En las decisiones, el César se gobierna solo. Viene haciéndolo desde que decidió sacar a España de su propia Historia y regalarle a Mohamed V una hermosa genuflexión. No consultó aquello absolutamente con nadie, o quizá sólo con Pegasus, pero consiguió que su partido le siguiera, a golpe de taconazo paniaguado. Para evitar polémicas en el Gobierno y con los grupos que lo apoyan –muy críticos todos con cualquier incremento del gasto militar- es probable que Sánchez no ofrezca más detalles sobre este asunto por lo menos hasta la próxima cumbre de la OTAN, en junio.
Sánchez quiere ganar tiempo hasta entonces para ampliar mágicamente la definición de «Defensa» e incluir en la cuenta partidas que ahora no computan. Una suerte de milagro de multiplicación de panes, peces y balas, con el objetivo de reducir el esfuerzo español para alcanzar el dos por ciento del PIB en gasto militar. Espera convencer a Bruselas para que cree un fondo mancomunado –o mutualizado–, basado en subsidios, de tal forma que España no tenga que poner dinero de sus propios presupuestos. Es improbable que Europa pase por ahí, tanto como que Sánchez cumpla el compromiso con la OTAN sometiéndolo previamente al Congreso. Si lo hiciera, tendría sin duda el apoyo del PP frente a la práctica totalidad de sus socios y apoyos –quizá también el PNV apoyaría la inversión en Defensa– y eso es precisamente lo que quiere evitar. Lo que pretende Sánchez es pura cosmética: reorganizar partidas presupuestarias, hacer aflorar gastos ya existentes que hasta ahora no se contabilizan como Seguridad, y recurrir a créditos y transferencias del Fondo de Contingencia. Todo eso puede ser aprobado en Consejo de Ministros, sin necesidad de contar con el visto bueno del Parlamento.
Es un nuevo ejercicio de ingeniería trilera. ¿Para qué someter a votación del Congreso la ampliación del presupuesto militar? El Caudillo ya lo tiene todo atado y bien atado. La democracia deliberativa es un rollo cuando tienes el BOE y la chequera de los fondos europeos bien sujeta en la mano. Lo de Moncloa ha sido un Consejo de Guerra a puerta cerrada, en vez de a ministros de Defensa y generales, ha convocado a los grupos del Parlamento para que oigan la última versión del nuevo relato: España va a liderar la Defensa Europea. Qué bonito. España va a invertir más en tanques, en cazas, en buques de guerra. Qué viril. España va a ser el socio más fiable de la OTAN, Bruselas y Washington. Qué moderno.
Lo que no dice Sánchez es lo que nos va a costar esta película. Ni cómo se va a pagar. Ni de dónde se va sacar. Ni quién demonios es él para hurtar al pueblo español un debate absolutamente imprescindible sobre seguridad y defensa, sobre cómo hacer frente a la guerra que viene, sobre qué resulta más útil para evitarla, frenarla o reducirla. Le basta con empujar al PSOE a un giro que ya ni se molesta en disimular con retórica progre. Aquí nadie va a hablar de paz, desarme o diplomacia, aquí lo que toca es hablar de ejércitos, de disuasión y de rearme. Sánchez no actúa por convicción, lo hace por conveniencia. Se comprometió en llegar al dos por ciento con USA y la OTAN, durante la cumbre atlántica de Madrid, en 2022, cuando la aún inmaculada Begoña y él mismo lucían palmito en las cenas y bailes del Prado. Toca ahora cumplir con diligencia para que quienes mandan no le tiren de las barbas. Aumentar el gasto militar, que la industria militar aplauda, que Navantia, Airbus, Indra y compañía se froten las manos, que espumen las cifras del gasto y se multipliquen los contratos, mientras el Congreso asume con disciplina su rol de convidado de piedra. Convertido en un Parlamento decorativo, domesticado, sin voz ni voto en la decisión más importante de las últimas décadas.
Sánchez ha cruzado el Rubicón, y lo ha hecho sin preguntar a nadie. Es asombroso cómo le gusta a este hombre decidir en solitario en situaciones extraordinarias. Cualquiera diría que lleva dentro la cría de un autócrata.
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