Opinión | 8M
Astrid Barrio
Las retóricas de la intransigencia

La cuenta End Wokeness tiene seis millones de seguidores, según la red social X. En este mensaje celebra la actitud de Trump y critica la de Biden. / El Periódico
Este año, a la celebración del 8 de marzo se ha llegado en unas circunstancias muy diferentes a las de años anteriores. Por un lado, por la ola conservadora y antiwoke que se extiende a nivel internacional reforzada por la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, que impugna algunos de las premisas teóricas y de los logros del movimiento. Por el otro, por la creciente penetración de las ideas antifeministas en las sociedades democráticas, particularmente entre los hombres jóvenes, como ponen de manifiesto diversas encuestas. Y por último, por la creciente división interna del feminismo, un movimiento que siempre se ha caracterizado por su pluralidad interna pero cuya división ahora se expresa virulentamente, en especial entre quienes defienden un feminismo transinclusivo, lo que implica la aceptación de que la identidad de género no depende del sexo biológico y que por tanto las personas trans son parte del movimiento feminista, y quienes consideran que el feminismo debe centrarse en las mujeres definidas desde el punto de vista del sexo biológico porque consideran que eso es lo que marca su socialización y sus experiencias. Y todo ello con evidencia empírica de que la igualdad efectiva entre hombres y mujeres todavía no se ha alcanzado ni siquiera en las sociedades avanzadas ya que persisten diferencias salariales, techos de cristal, la primacía femenina en los cuidados familiares y en tareas domesticas o la explotación sexual, entre otras diferencias.
Para tratar de entender por qué el feminismo, aún sin haber logrado materializar sus aspiraciones, está cada vez más impugnado, es más rechazado y está más dividido, resulta útil acudir al clásico Retóricas de la Intransigencia de Albert. O. Hirschman, una obra que desgrana los argumentos que históricamente ha utilizado el conservadurismo frente al cambio distinguiendo tres tipos de retóricas reaccionarias. La tesis de la perversidad que sostiene que cualquier intento de mejorar una situación a través de una acción deliberada termina empeorándola; la tesis de la futilidad que considera que los esfuerzos por alterar el orden existente son inútiles porque las estructuras son tan fuertes que todo intentos de cambio apenas tendrá impacto; y la tesis del riesgo que advierte que las reformas, aunque bienintencionadas, pueden poner en peligro logros precedentes.
Y las tres tesis, cual profecías autocumplidas, son aplicables a la situación actual del feminismo: algunas de sus políticas han hecho crecer el antifeminismo, no se ha logrado revertir situaciones que se trataba de remediar e incluso algunas se han agravado y además se ha dividido el movimiento. El conservadurismo tenía razón. Por ello y para evitar que la situación se agrave quizás convendría abandonar las trincheras, asumir los fracasos y diseñar políticas feministas más consensuales ya que son las únicas que garantizan que los cambios, que siguen siendo necesarios, sean aceptados y sean perdurables.
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