Opinión | A babor
Qué hacer con las nuevas ideas…

Fernando Clavijo, este martes en su escaño. / ARTURO JIMÉNEZ
Fernando Clavijo parece haberle cogido cierto gusto a amenazar al sector turístico: «O suben los salarios o les subimos los impuestos», ha dicho. ¿Irá en serio? Parece que sí, que ha decidido plantarse. No es la primera vez que insiste en la necesidad de que las empresas del sector suban los sueldos. Años y más años en los que el turismo ha sido la gallina de los huevos de oro y de las rentas congeladas le han llevado a redefinir el mensaje más radical del debate del estado de la cosa, poniendo su dedo acusador en la llaga: o los empleados del sector comienzan a cobrar más, o las empresas tendrán que rascarse el bolsillo pagando más impuestos. No es un farol. O no lo parece.
Veamos: Clavijo debe saber algo que los demás sólo intuimos. Quiere dejar claro que no es de recibo seguir exprimiendo al turismo, sin preguntarse a quién beneficia realmente la actividad: las cifras de visitantes baten récords, los aeropuertos canarios recuerdan la Gran Vía de Madrid en Navidad, los hoteles están a reventar… pero el camarero –quizá italiano– que sirve los mojitos, o la limpiadora –colombiana– que pasa la mopa por el hall de recepción, tienen que vivir a 50 kilómetros de sus trabajos, en un piso compartido con dos familias más. Y eso no es justo, ni lógico, ni sostenible.
«¿De verdad necesitamos crecer más?», se preguntó ayer Clavijo. Supongo que a muchos les temblaría el pulso al llegar a ese minuto del discurso, porque hasta ahora el mantra sonaba distinto, más bien así: «más camas, más turistas, más cruceros, más beneficios…» Pero el reparto se quedó atascado en un transfer de Gando.
Clavijo cree que si el turismo sigue como va, dejará de ser sostenible, y puede morir de éxito. Podría perfectamente ocurrir que el turista que hoy elige Canarias para sus cinco días de vacaciones sun, sans & sex decida buscar otros destinos. Menos masificados, porque en las islas no cabe ya un alfiler. Es cierto que el archipiélago lleva tiempo transitando por la cuerda floja: mientras Gran Canaria, Tenerife, Lanzarote y Fuerteventura viven bajo el síndrome de la saturación, en La Palma, La Gomera o El Hierro se preguntan si todavía hay posibilidad de plantar algo que no sea un complejo turístico o un hotel coqueto camuflado como vivienda vacacional. Y esa es otra. Cuando empezó, el fenómeno B&B suponía un aggiornamento del viejo sistema: el apartamentito usado por la familia en agosto y alquilado a los guiris el resto del año. Una forma de ganarse unos pocos cuartos extra poniendo a producir los ahorros, democratizando la participación de la renta familiar en la enorme tarta del turismo de masas. Pero la vivienda vacacional ha traído también problemas inesperados, se ha convertido en competencia al turismo de hoteles –en algún caso controlada por los propios hoteleros–, ha sacado del mercado miles de viviendas, expandiéndose más rápido que el propio turismo, y provocando una disfunción inesperada: en Canarias no se encuentra hoy ni una azotea donde dormir. Y el alquiler de lo poco que se encuentra se ha desmadrado en precios.
Clavijo no dio detalles, pero su Gobierno quiere una ley –inspirada según Vox por el mismísimo Marx revivido– que meta en cintura una actividad descontrolada. Pero ojo, porque no es lo mismo regular la vivienda vacacional en La Gomera que hacerlo en el Sur de Tenerife, donde hay más apartamentos turísticos que habitantes empadronados. Y del jardín de los pisos del alquiler vacacional, al campo de minas que va a suponer limitar la compra de viviendas a no residentes. Clavijo quiere poner coto a la adquisición masiva de casas por extranjeros millonarios que creen que invertir en Canarias es como comprarse una segunda residencia en Los Sims, pero con mucho sol y sin IVA. Es obvio que la normativa europea no se lo va a poner fácil, y por eso tira el hombre de la épica RUP: si otros lo han conseguido, Canarias también puede. ¿Si? ¿No? Lo primero, toca contestar a la pregunta sobre cuánta gente cabe en siete islas y un par de islotes. Es el mismo elefante en la habitación que el lunes colaba Padylla en su viñeta sobre la reunión de Clavijo con Torres y Montero, la misma idea en otro contexto. Clavijo se suma a los que nos venden que Canarias no puede seguir creciendo sin límite. O las colas en el centro de salud serán tan largas como las del control de pasaportes en el Reina Sofía. Hacer convivir a tres millones de personas en un territorio de espacio finito, podría ser un buen experimento de convivencia en un reality gore: ‘La isla de la tentación caníbal’, podría llamarse.
Demasiadas ideas casi nuevas, en menos de una hora. Ahora habrá que procesarlas.
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