Opinión | Retiro lo escrito
Cascada de luz

Andrés Sánchez Robayna.
Quizás haya sido Andrés Sánchez Robayna, que falleció en la mañana de ayer, el único maître á penser poéticamente que ha tenido Canarias, el único lírico tan lúcido en el verso como en la prosa que lo interpela y analiza, sin poder cerrar ninguna interpretación, por supuesto. Demasiado sabía él que el poema no quiere decir nada, el poema es, el poema dice, el poema se legitima a sí mismo. Sánchez Robayna ha sido y será una feliz anomalía de las letras canarias contemporáneas. Su inteligencia hermenéutica, la amplitud y riqueza de sus lecturas, su soberana lucidez crítica, su obstinado rigor, sus habilidades para el mandarinazgo y el magisterio exigente y generoso: nada de eso es frecuente en nuestro paisito hermoso y asfixiante. No, no era habitual centrar la tesis doctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona, a finales de los años setenta, en Alonso Quesada, del mismo modo que no lo es que un canario traduzca a Salvador Espriu y lo haga tan espléndidamente que se le entregue el Premio Nacional de Traducción. En general eso de leer en inglés, francés, catalán y portugués –y traducir a poetas eximios de todas estas lenguas– es una auténtica rareza, porque los escritores y poetas canarios –salvo en los últimos veinte años, y no todos, por supuesto– son ciegos y mudos en otros idiomas. A Sánchez Robayna se le antojaba grotesco. Leer poetas fundamentales en una traducción era como tocar el piano con las manos atadas o disfrutar de un paisaje bajo una sábana mugrienta. Por eso fundó, dirigió y alentó el Taller de Traducción en la Universidad de La Lengua. Crear y dirigir la revista Syntaxis durante una década está relacionado también con llevar las islas a la modernidad literaria e integrarla en un diálogo cultural abierto y plural con la creación literaria y los discursos críticos de finales de siglo. Syntaxis se hacía desde Tenerife, como desde Tenerife se hizo gaceta de arte, y en ella colaboraron Octavio Paz, José Ángel Valene, Jacques Derrida, Severo Sarduy, Yves Bonnefoy, Juan Goysisolo y Haroldo de Campos, entre otros muchos. En su último número, publicado a finales de 1993, Sánchez Robayna denunciaba el silencio con el que se recibió Syntaxis en el contexto español, alérgico a cualquier pensamiento crítico, «incapaz de prestar alguna atención (…) a todo espíritu que no coincida con la chatura de unos valores que han mostrado (…) estar por debajo de la contemporaneidad».
La chatura. El poeta no mencionaba explícitamente a Canarias en ese adiós, pero podía haberlo hecho. Yo intuyo que la experiencia de Syntaxis fue suficiente –si no bastaban otras pruebas– para certificar que el diálogo con las clerecías locales (y localistas) y con una élite política y empresarial vacía, inane, iletrada y a menudo mema no solo era imposible, sino incluso indeseable. La innegable soberbia de Sánchez Robayna –una soberbia natural y hasta elegante que solo molestaba a los guanajos– le impidió siempre hacer transacciones. Fuera de los círculos académicos y del alma de sus discípulos y lectores, por tanto, se le ignoró, a veces con languidez, a veces con porfía. Sinceramente no encontraba razón para soportar a los imbéciles, lo que no le impidió dedicar muchas de sus mejores páginas ensayísticas a poetas y pintores canarios. Pero incluso en su generosidad encontró problemas. Todavía uno recuerda con sonrojo la exposición que comisarió con Fernando Castro en 2017, Pintura y poesía: La tradición canaria del siglo XX , atacada por un grupo de descerebradas porque no incluía las suficientes mujeres. Una ignorante loquinaria acaudilló el intento exitoso de cancelar la exposición y secuestrar (sic) su catálogo. Así es como se trataba al mayor poeta vivo de las islas, a su principal crítico cultural, que nunca recibió el Premio Canarias. Ese desdén mísero y tarugo no roza siquiera la luz de su obra, esa cascada de luz incesante y renovada, donde está la única eternidad.
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