Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

Ni mejores ni más fuertes

Un lustro después de que la mayor pandemia en cien años asolara el planeta, resulta difícil afirmar que más allá de lo estrictamente sanitario hayamos retenido alguna de las lecciones extraídas de aquella tragedia global

Planta covid de un hospital de Barcelona en lo más crudo de la pandemia.

Planta covid de un hospital de Barcelona en lo más crudo de la pandemia. / Ferran Nadeu

Hace cinco años el planeta se hallaba en vísperas o en los albores del confinamiento global motivado por la mayor pandemia en un siglo, la desatada por lo que primero se llamó coronavirus (SARS-CoV-2, por ser precisos), más tarde el virus —así, con el artículo por delante, hoy en cursiva, no hacían falta apellidos para saber de qué se hablaba—, enseguida COVID-19 —pronto se granjeó el nombre propio y la mayúscula— y paulatinamente el covid o la covid (el término se consolidó en las conversaciones en su género no binario y perdió las mayúsculas en cuanto se convirtió en enfermedad común, como la gripe o el sarampión).

La RAE establece COVID en su glosario, todo en versales, para respetar el acrónimo inglés (‘coronavirus disease’). El abuso de las versales acaba ensuciando los textos como los embarra el exceso de comillas o la preeminencia de párrafos infinitos invadidos por las subordinadas, los ‘peros’ y los ‘aunques’, que trasladan al lector a una somnolencia que aboca a olvidar el planteamiento, en ocasiones el nudo y casi siempre el desenlace, al que rara vez se llega no por falta de interés, sino por agotamiento, como acabo de hacer yo con estos párrafos

La cuestión es que después de marzo de 2020 íbamos a salir mejores y más fuertes, eso se decía. La población asumió el discurso de la política, minado, engañoso y lleno de trampas, tiranizado por frases hechas y lugares comunes. Salía un político en televisión y al cabo reproducía sus palabras un señor anónimo al que las cámaras sorprendían en una calle del centro. En el planteamiento y el nudo, el señor o la señora decían cosas con sentido (el empoderamiento de la sanidad pública, la transparencia, la solidaridad, etcétera) para acabar con un desenlace mil veces reincidente en los medios y, sobre todo, en las redes sociales: saldremos mejores y más fuertes.

Entre 2020 y diciembre de 2024, más de siete millones de personas han muerto en el mundo a causa del covid-19, según la Organización Mundial de la Salud. Casi 122.000 fallecidos en España, cuya cifra de contagiados bordea los 14 millones. Entre confinamientos estrictos, prórrogas del estado de alarma, desescaladas y la nueva normalidad (qué poco duran algunas palabras), el país se mantuvo casi dos meses en cuarentena. Durante ese tiempo cambiaron radicalmente los discursos —radical es la palabra— y no pocos hábitos. En ese cambio se basaba lo de salir mejores y ganar músculo. La pregunta, un lustro más tarde, es si en realidad lo conseguimos y si, en definitiva, el mundo ha evolucionado en positivo y es un lugar más confortable, sano y respetuoso. A pesar de las cifras, altos responsables de la Administración pública consideran ahora que no fue una pandemia de «gran gravedad» o reprochan a la oposición que insista en estar «siempre con las mismas mierdas» cuando se debate sobre las muertes en las residencias. Salir mejores.

Más allá de lo estrictamente sanitario (la prevención, la prudencia ante contagios de cualquier naturaleza, la perseverancia en la vacunación), resulta difícil afirmar que hayamos retenido las lecciones extraídas de aquella tragedia global. La pandemia y el confinamiento afloraron un negacionismo oculto hasta entonces y convirtió en antivacunas a personas que nunca habían tomado al centro de salud como cuartel enemigo. Los populismos encontraron en el nicho negacionista el magma con que al final se ha argamasado el renacer de movimientos políticos que dormían en los libros de Historia. Hoy son más que hace cinco años quienes siguen tales doctrinas. Algunas han llegado a la Casa Blanca, cuyo inquilino extiende con éxito conceptos como la exclusión, la supremacía o el abandono a la (mala) suerte del débil. Salir más fuertes. El discurso político es un cuarto de folio lleno de garabatos y ha triunfado la posverdad. Salvo que uno lea al detalle toda la prensa nacional y local o sea testigo directo de los acontecimientos, la verdad es algo lejano, qué es verdad y qué no, dónde subyace la mentira, si en el origen o en la réplica del discurso o acaso en vídeos groseramente elaborados con inteligencia artificial. Hay polémicas cuyo germen está tan manoseado que ha caído en el olvido.

A fuerza de reducir el contacto, hemos decidido que basta un mensaje de WhatsApp de vez en cuando para dar por sentado que mantenemos relación con nuestros seres queridos. Ya hay quien hace más amistades por internet que en la calle, mientras las empresas comienzan a avisar de que el teletrabajo fue bonito mientras duró o todo lo contrario, contratan a gente joven que se incorpora al mundo laboral sin obligación de salir de casa ni de socializar con los compañeros de oficina. Entre el contrato y el despido, algunos no llegan a ver la cara del jefe.

Algunos son más fuertes y otros mucho más débiles, lo que significa que cuanto más crece esa brecha más va a costar cerrarla. Cinco años después de aquella tragedia pandémica, no sabemos si nos encontramos en el nudo o en el desenlace. Si se trata de un final abierto, no cabe ser más sombrío. O sí. Qué poco aprendimos. Y qué pronto olvidamos.

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