Opinión | El Recorte
mercè marrero fusterJorge Bethencourt
Desconexión
Es un hecho que Cataluña avanza en su desconexión de España y en su aspiración de construcción de un Estado propio. La vía que ha seguido a la fracasada declaración unilateral de independencia, visto lo visto, les ha dado logros sin precedentes conocidos, aunque electoralmente les haya perjudicado. Han puesto de rodillas al Gobierno de España en el Congreso y lo exprimen como un limón. Y consolarse con que el PSC gobierna Cataluña y que los independentistas están en su peor momento es estar ciego: el PSC es independentista.
Lo indiscutible es que una tras otra van cayendo las concesiones irreversibles a Cataluña. Tras la amnistía a los secesionistas ha seguido un aluvión de traspasos de competencias y la propuesta de una polémica quita de la deuda que aún está por ver. Y por si éramos pocos, parió la abuela la anunciada Ley Orgánica para ceder a los catalanes el control de sus propias fronteras. Eso que el año pasado, sin ir más lejos porque no hace falta, decían desde Moncloa que era imposible, porque son competencias que forman parte de los atributos de soberanía. Al cuadro ya solo le falta la independencia fiscal para que ya no quede nada por dar, salvo pena.
A los efectos de estas ínsulas baratarias, las señales que estamos recibiendo son suficientemente claras: el modelo de Estado que conocemos está pasando a mejor vida. Ya no habrá nadie al otro lado dispuesto a sacarse dinero del bolsillo para ponerlo en el de los menos favorecidos. Los ricos se marchan. Con el País Vasco, Navarra y Cataluña jugando por libre, el pacto constitucional va a durar lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Mira por dónde, aquel viejo plan de Sabino Arana ha tenido éxito: convirtiéndose los vascos –con resignado asco– en "españoles nacionalistas" han inoculado en España el gen de su disolución. Solo era cuestión de tiempo y de paciencia.
En ese nuevo escenario al que parece que nos encaminamos, Canarias tendrá que plantearse, porque a la fuerza ahorcan, ser un país autosuficiente. Uno capaz de sostenerse con su propia riqueza. Porque vamos hacia un estado federal construido a martillazos. Una extraña mutación del modelo solidario establecido en una Constitución que ya es papel mojado. Todos los diques de contención han sido demolidos y el oportunismo es el peligroso motor de un cambio histórico. Lo que no lograron las bombas y los asesinatos lo ha conseguido el ejercicio legítimo del poder político de un gobernante egocéntrico y débil, al estilo de reyes españoles que terminaron huyendo después de hacer caer la Monarquía.
Frente al discurso al que estamos acostumbrados, Canarias no es un territorio pobre. Somos uno de los mayores compradores de mercancías españolas; o sea, peninsulares. Más de dieciséis mil millones al año importamos de la godosfera en bienes y servicios. Y aquí, en las islas, hay muchísimas empresas foráneas que ganan cientos de millones y tributan fuera, a la Hacienda española, en el mejor caso, sus impuestos sobre beneficios.
Así que estamos tardando en diseñar nuestras propias leyes e impuestos. Un hoja de ruta "teórica" para que Canarias pueda vivir por sí misma. Porque nos van a hacer libres de una patada en el culo.
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